“Algunos ponderaban la belleza
del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús dijo: Esto que
contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: Todo será
destruido”. (Lc 21,5-11)
Este Evangelio nos invita a mirar al interior, a lo profundo, más allá
de lo que se ve.
El principito de Antoine de Saint-Exupery decía: «Lo esencial es invisible a los ojos». Jesús critica la mirada superficial. No le parece mal que alaben la belleza del templo, lo que critica es que miren solo la belleza por fuera. Jesús dice que eso pasará, que se destruirá. Que esa belleza no tiene importancia porque es caduca.
La verdadera belleza del templo no se ve, está escondida, como todo lo importante. Jesús nos llama a mirar la belleza escondida en el corazón, en el nuestro y en el de los otros.
Las obras de los hombres pasan y mueren, acaban siendo olvidadas cuando ellos ya no están. Aunque sean grandes templos y catedrales construidas a lo largo de muchos años. Obras magníficas con fecha de caducidad.
Jesús es consciente de los valores que viven sus mismos discípulos.
No viven de lo de dentro del templo.
No viven desde la esencia y de la verdad del templo.
Sino que viven de exterioridades.
Y vivir de lo de fuera es vivir de lo secundario.
Pues lo exterior y secundario está condenado de desaparecer.
Lo que permanece es lo que llevamos dentro.
Por eso no somos sino que aparentamos.
Hay Iglesias con mucha luz por fuera.
Pero con poca luz por dentro.
Hay Iglesias que brillan por fuera.
Pero oscuras por dentro.
No viven desde la esencia y de la verdad del templo.
Sino que viven de exterioridades.
Y vivir de lo de fuera es vivir de lo secundario.
Pues lo exterior y secundario está condenado de desaparecer.
Lo que permanece es lo que llevamos dentro.
Por eso no somos sino que aparentamos.
Hay Iglesias con mucha luz por fuera.
Pero con poca luz por dentro.
Hay Iglesias que brillan por fuera.
Pero oscuras por dentro.
Hay Iglesias muy bellas exteriormente.
Pero con poca vida dentro.
Hay hogares muy bellos por fuera.
Pero muy fríos por dentro.
Hay hogares espectaculares por fuera.
Pero sin calor humano por dentro.
Hay casas muy bonitas por fuera.
Pero sin vida por dentro.
Vivir por dentro es vivir de la belleza de la propia vida. Me duele leer
lo que escribe Martín Descalzo, por más que diga una gran verdad:
“Es asombroso pensar que Dios fabrica las almas una a una, dándole a cada cual una personalidad propiamente suya e intransferible y que, a la vuelta de unos pocos años, el mundo ha conseguido ya uniformar a la mayoría, de modo que parezcamos más una serie de borregos que una comunidad de hermanos, todos diferentes.” (J.L.M. Descalzo)
“Es asombroso pensar que Dios fabrica las almas una a una, dándole a cada cual una personalidad propiamente suya e intransferible y que, a la vuelta de unos pocos años, el mundo ha conseguido ya uniformar a la mayoría, de modo que parezcamos más una serie de borregos que una comunidad de hermanos, todos diferentes.” (J.L.M. Descalzo)
Por el contrario, me encantan esos que se atreven a ser ellos mismos. Y
mi mejor deseo para ti hoy, es que demuestres qué eres y cómo eres, pero por
dentro.
Sí, demuéstrate a ti mismo que tú eres importante. No esperes a que lo
digan los demás. Sería como si te hablasen de descubrimientos de riquezas muy
lejanas a ti. Tú eres el mejor explorador de ti mismo.
Demuéstrate a ti mismo que sabes valorarte, que sabes apreciarte, que
sabes mirarte. ¿No crees que te estás devaluando demasiado de tanto cuidarte
por fuera? ¿Crees que los otros valen más que tú? Para quien murió por ti,
parece que tú vales lo mismo que todo el mundo.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena regalarte la vida. Porque cada
día la aprecias más, la valoras más y la haces florecer más. El mejor
agradecimiento que le puedes hacer a Dios por la vida es vivirla a gusto y con
gusto.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que se encarnase y se hiciese
hombre por ti. Porque desde entonces, tú mismo sabes valorar tu condición
humana y la condición humana de los demás. Que tú amas mucho el cielo, pero a
la vez estás enamorado de la humanidad.
Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que muriese por ti. Porque
desde entonces crees más en el amor de Dios, aún en medio de tus flaquezas y debilidades
sigues fiándote de Él. Y desde entonces, cada hombre que se te cruza en el
camino, te merece el respeto mismo que te merece su muerte en la Cruz.
J.
Jáuregui
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