venga
tu reino
El final del año litúrgico evoca a la Iglesia el final de la Historia de la salvación,
que culminará con la plenitud del reinado de Dios Padre y de su Hijo
Jesucristo.
En la Antigua Alianza Dios
puso al frente de su pueblo reyes, primero a Saúl y después a David para que en
su nombre gobernaran a su pueblo, cuidando especialmente la justicia y los
derechos de los pobres. Para ello se les “ungía” para significar que Dios los
capacitaba para actuar en su nombre (1ª lectura). El segundo de ellos, David, quiso
construir un templo a Dios, pero Dios no aceptó este propósito porque sus manos
estaban manchadas de sangre; ante su buen deseo le prometió un trono perpetuo (1 Sam 7). Sus
descendientes lo hicieron mal, por lo que el pueblo empezó a esperar un hijo de
David ideal que de verdad reinara en nombre de Dios. Era una esperanza del sentido
religioso nacionalista, que asignaba a este hijo de David la tarea de establecer
un gran imperio con centro en Jerusalén.
Pero los planes de Dios iban por
otro camino. Si reinar es ejercer un poder, lo propio del mandar de Dios padre es ejercer un influjo paternal, cuyo fruto
necesario es convertir al hombre en hijo suyo en un contexto de amor, y a la
humanidad en una gran fraternidad en que reine la paz, la justicia y la
felicidad, sin dolor ni muerte.
Al servicio de esta tarea está la misión del Hijo, Jesucristo, que es
rey al servicio del reino del Padre (Evangelio). Se hizo hombre para hacerse
solidario de todos los hombres y convertirse en su representante ante Dios
padre. Desde ahora todo lo que él haga vale para él y para todos los hombres.
Su vida fue un sacrificio existencial consistente en hacer la voluntad del
Padre por amor, que se tradujo en proclamar el plan del Padre y hacerlo posible
con su entrega hasta la muerte. El Padre aceptó esta ofrenda, glorificándole a
él y a todos lo que representaba, a toda la humanidad.
Así ha adquirido para todos los hombres el derecho de ser
hijos de Dios y miembros de la nueva familia. El Padre nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre
hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de
toda la creación… El principio, el primogénito de entre los muertos para que
sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud y reconciliar
por él y para él todas las cosas (2ª lectura). Jesús hace realidad el reino
de Dios perdonando los pecados y transformando el corazón del hombre, que debe
colaborar en un proceso que culminará en su resurrección.
Al servicio de su obra, Jesús ha creado la Iglesia , integrada por
todos los que ya viven en la esfera del reino y la ha enviado con la misión de
invitar a toda la humanidad a integrarse. La Iglesia primitiva lo entendió muy bien al aplicar
a la resurrección de Jesús el salmo 110,1: Dijo
el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como
escabel de tus pies. Jesús ya tiene todo poder salvador y ahora lo está ofreciendo a todos los
hombres hasta que llegue el momento de su parusía en que culminará esta tarea
con la salvación plena de todos los que han aceptado la realeza de Dios,
viviendo como hijos suyos. Es el momento que celebra hoy la Iglesia.
La fiesta de hoy, por una parte, invita
a echar una mirada optimista sobre la historia; a pesar de todos los males
presentes, el mundo camina hacia una meta de salvación. Por otra parte, urge a
renovar el compromiso de vida filial y fraternal para mantenerse dentro del
Reino, pues al final seremos examinados precisamente de vida filial y
fraternal, de amor (Mt 25,31-46) y, junto a esto, urge a vivir como testigos,
ofreciendo la salvación y trabajando por un mundo más fraternal y solidario,
que sea reflejo del mundo futuro.
Rvdo don Antonio
Rodríguez Carmona
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