miércoles, 23 de noviembre de 2016

Carta de Adviento




Querido creyente:

Vamos a abrir la puerta del Adviento. Así quedará inaugurado el Año Litúrgico. Y la abrimos cuando civilmente queda más de un mes para estrenar año. Como ves, la Liturgia y la Iglesia marcan paso diferente en la sociedad.

Y esto es lo novedoso: la Palabra nos invita a poner una estrella en la noche cerrada de la humanidad, una palabra de espera en las desesperanzas; nos invita a mirar a lo alto, hasta ver caer (y apresurar!) la bendición de Dios, mientras otros sólo esperan de la tierra el premio a sus sudores. La verdad es que «arriba y abajo» son categorías que quizás no están bien empleadas. No sabemos dónde está el cielo ni dónde el infierno. Pero hemos convenido en hablar espacialmente del cielo como un arriba y del infierno como un abajo. Parece que Dios está en el cielo, en lo alto. Después nos lo encontramos en una cueva el día 25 de diciembre (¿podía estar el cielo más abajo y más escondido?). Como vayamos por la vida mirando a las nubes… nos quedaremos sin posibilidad de reconocer a Dios…, nos quedaremos sin Dios.

Donde lo pasamos bien, donde lo pasamos mal, donde nos encontramos con gente que es «un cielo» y con gente que es «un infierno» es en las plazas y en los lugares de trabajo, en la familia y entre los vecinos… Nuestra vida «se cuece aquí», se hace aquí “pan bueno” que alimenta y «semilla buena» que se trasplanta al jardín donde el Señor de la Vida cuida para siempre de nuestras vidas.
Te confieso que el Adviento es un tiempo que me atrae y me hace comunicativo.

Los que creemos en Dios tenemos un camino muy largo que recorrer: Vamos hacia una tierra que se nos mostrará… Así de sencillo. La verdad es que no tenemos que caminar hacia Dios. Ese camino es tan inmenso que no merece la pena ni plantearlo. Es falso. No vamos nosotros a Dios, es Dios el que viene a nosotros. Dios nos ahorra el ser caminantes hacia Él. Se hace caminante hacia nosotros. Prefiere que seamos caminantes con Él. El problema surge de esta manera de ser libres que se nos ha dado. Ser libres es un bonito lío… Podemos estar en presencia de Dios sin ser capaces de reconocerlo…
El hecho de que el Señor venga no significa que sea recibido. En nuestra vida existen los «plantones»: «Me ha dejado plantado», «Hemos ido a su casa y no estaba», «Eres un mal-queda». Esta realidad la palpamos en nuestra existencia cotidiana. Dios también la palpa con hombres y mujeres, con nosotros. Viene, pero los suyos no le reciben.
Porque no están en casa…, no se habitaban, o no dejaban sitio para el
Otro… El camino que tenemos que recorrer es una larga caminata: entrar en nuestra casa, entrar en nuestro adentro. Como decía san Bernardo, no se trata de atravesar mares, de escalar el cielo, de traspasar las nubes, de cruzar valles o de escalar montañas. Es hacia ti mismo hacia donde debes caminar; habitarle y no ser casa. vacía o llena de espíritus que no son tu espíritu, tú mismo. Está dentro de ti el camino que tienes que recorrer; hacia lo más profundo tuyo; es allí donde Dios te espera y desea encontrarse contigo, hacer Navidad.
Una vez escuché a una amiga que trabajó muchos años en París con los emigrantes españoles, contar una anécdota de una jubilada. Vivía sola. Salía por la mañana de su casa. Pasaba el día fuera del hogar: Si le ocurría que volvía pronto a casa, solía mirar hacia las ventanas de su apartamento y se decía: «¿Para qué voy a subir si no me espera nadie ?». y seguía deambulando por la calle hasta que el sueño le indicaba que ya le esperaba la cama.
Me parece una historia preciosa que habla por sí sola y que nos refleja a muchos. Si no sentimos que dentro de nosotros mismos Alguien nos está esperando, Alguien está ansiando nuestra vuelta a casa, preferiremos la superficialidad, el vagar por todas parles. Un día Alguien llamará a la puerta y no tendrá respuesta: no estábamos en casa.
A lo largo del Adviento, la Palabra de Dios nos irá encaminando hacia la meta con sugerencias sencillas. Los pasos los tenemos que dar nosotros, pero el camino se nos marca. Nadie va a Dios por los caminos que él mismo se traza. A Dios sólo llegan los caminos que Dios traza. Y para cada persona tiene uno original.

J. Jáuregui

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