El pasado fin de semana llevé a mis nietos a un parque
en el que hay una pequeña laguna con su fauna correspondiente, en varios puntos
en torno a ella hay letreros en los que se indica que está prohibido dar de
comer a los animales. Una de mis nietas me miró con cara de asombro e incrédula,
al contemplar que nadie hacía caso a la orden, me preguntó que por qué la gente
echaba de comer a los animales y no cumplían la recomendación.
En aquel instante me vino a la mente las palabras de
Jesús:
“Al que
escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran al cuello
una piedra de molino y lo arrojaran al mar” (Lc. 17, 2). Son muy duras, durísimas, de ahí el verdadero pánico que
me producen.
Es muy fácil escandalizar y no siempre uno
es consciente de producirlo. El pasaje se refiere a los niños y, claro, la
inocencia y la falta de madurez infantil favorecen la posibilidad de ser
escandalizados fácilmente. Por ello las personas mayores y sobre todo los
padres, abuelos y docentes debemos tener en cuenta esa fragilidad mental para
no romperla. Hay que ser especialmente ejemplares con ellos, porque lo que en su
mente se grabe será un referente para su vida en tanto en cuanto que no maduren
y sean capaces de pensar y razonar por sí solos. Lo que vean, escuchen y
actuaciones que presencien serán su norma de conducta y en torno a ello forjarán
sus futuras actuaciones. Así, bajo este punto de vista, es lógica la
contundencia de la cita evangélica por las graves consecuencias que acarrea el escándalo
y el mal ejemplo.
Pero yendo un poco más lejos, pondría a
la misma altura que a los niños a aquellas personas adultas que, por sus
características personales y específicas, también tienen unas mentes más
débiles de lo que correspondería a su edad. Igualmente con ellas debemos tener
especial cuidado en nuestras actuaciones. Son del mismo modo susceptibles de
ser escandalizadas y en consecuencia se nos podrían aplicar aquellas mismas
palabras citadas más arriba.
Por otra parte, podríamos contemplar
este asunto bajo el punto de vista de la clase de conciencia: laxa o escrupulosa.
Aquí asimismo tropezamos con el escándalo, porque lo que para esta es
pecaminoso, para aquella no es virtud, pero tampoco pecado.
Llegado a este punto, solo nos queda la
virtud recomendada también por el mismo Jesús: prudencia. Los cristianos
siempre y en toda circunstancia debemos tenerla en cuenta y actuar bajo su
recomendación.
Pedro
José Martínez Caparrós
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