jesús
ofrece la salvación plena
y total.
Todos deseamos felicidad, gozar, realizarnos plenamente
y buscamos dónde encontrarla. En la calle domina una oferta que sitúa la
salvación en tener, dominar, placer de todo tipo, ser admirados... Y son
mayoría los que corren detrás de esta salvación. Jesús, por una parte, critica
y relativiza estos medios: el dinero, bienestar, autoestima y otras realidades
son necesarias para vivir, pero no se deben absolutizar, porque no salvan. Por
otra, ofrece la verdadera salvación, que es radical, plena y total. Primero,
porque comienza por la raíz de la persona, por su corazón, con el perdón
de los pecados y la transformación del corazón de piedra en corazón de
carne, sensible a Dios y a los hombres. En segundo lugar, porque concede la
posibilidad de resucitar, superando
la muerte y transformando la vida actual en vida eterna, cosa imposible para
las salvaciones paganas, que no afrontan con realismo el enigma de la muerte.
Los cristianos tenemos necesidad de ser
conscientes del don que hemos recibido para vivirlo con alegría. Es una suerte
ser cristianos. Esto es estar evangelizados.
Las lecturas de hoy subrayan la
alegre noticia de que resucitaremos. Resucitar es seguir viviendo, no con la
vida limitada y frágil que tenemos en este mundo, sino participando la vida de
Dios, plena, ilimitada, gozosa. Dios transformará y divinizará todo lo positivo
de nuestra personalidad corporal y eliminará todo lo negativo.
Nuestra personalidad – mi yo que vivo como una identidad
permanente – es el fruto de la herencia de nuestros padres, que nos condiciona,
y de las experiencias que vamos viviendo, que nos van configurando. Todo lo
positivo será transformado. Como parte de estas experiencias han sido la aceptación
de Dios como Padre, de Jesús como
salvador y de María como madre, por eso en el mundo de Dios mantendremos
divinizadas estas relaciones. Igualmente nos han configurado las relaciones
positivas mantenidas con padres, hermanos, amigos... por eso todas estas
relaciones continuarán en el mundo de Dios. Será vivir en plenitud de
felicidad, ni el ojo vio ni el oído oyó
lo que Dios tiene reservado a los que lo aman (Is 64.4; 52,15; 1 Cor 2,9). Jesús compara esta situación con un
banquete, dónde hay felicidad y mutuo compartir. Dentro de una cosmovisión
evolucionista, la resurrección es la plenitud de evolución a la que aspira el
ser humano.
Todo esto es posible por la resurrección
de Jesús, primogénito de entre los
muertos (1 Cor 15,20; Col 1,18).
Por el bautismo el hombre se une a su muerte, recibe un corazón nuevo y
comienza una vida nueva (Rom 6,3-4). Y si persevera en ella, el mismo Espíritu
que resucitó a Jesús, resucitará al creyente (Rom 8,11). Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera
vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre (Jn
11,25-26).
D. Antonio Rodríguez Carmona
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