Con el Adviento, empezamos la preparación de la
Navidad. Nos preparamos para que Dios venga a nuestro mundo y a nuestro
corazón.
A pesar de los problemas y de los miedos; a
pesar de que estemos cansados de tantas promesas incumplidas, y de los
desengaños de cada día, a pesar de todo, vamos a intentar vivir una nueva
Navidad, porque siempre necesitamos de la visita de nuestro Dios, a nuestra
vida.
Nuestro corazón ya no es de carne, sino de
cemento y hierro. ¡Qué fría es nuestra sangre, qué forzados nuestros saludos,
qué cortos nuestros encuentros y qué mezquinos nuestros dones!. Cada uno vamos
a lo nuestro y dejamos sólo las migajas para otros. Todo nos parece ya normal.
Nos parece normal que muchos mueran de hambre; que se asesine a los niños antes
de nacer, cuando tienen todo el derecho a la vida.
Por eso necesitamos una gran esperanza. De lo
contrario, se nos secaría el corazón. Una persona sin esperanza es como un
peregrino que camina sin rumbo, a ninguna parte. Es como un parado que no tiene
nada que hacer y se limita a dejar pasar los días y los años en la
desesperación.
Vamos a intentar, a pesar de todo, vivir con
esperanza. Los cristianos no esperamos cualquier cosa. Esperamos nada menos que
la visita de Dios y esa visita puede cambiar muchas cosas.
Empecemos, pues, el Adviento con la misma
ilusión con la que un estudiante espera las vacaciones; con la misma emoción
con la que una madre espera a su hijo. Con el mismo amor que se tienen una
pareja de jóvenes enamorados locamente.
Cuando trabajamos para la Paz y la Justicia,
estamos sembrando el mundo de esperanza.
Cuando sabemos sufrir con paciencia, es
Adviento.
Cuando esperamos y nos esforzamos por hacer un mundo más justo y más humano, estamos preparando la venida del Señor.
Cuando buscamos a Dios, pronto será Navidad.
J. Jáuregui
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