Dejemos que unas
de las muchas ráfagas del Espíritu que surgen de la parábola del hijo pródigo
nos acaricie.
Este hijo tan
desleal esperaba encontrar la vida lejos de su padre, que representa a Dios. No
la encontró, es más, perdió su dignidad. Nos dice Jesús que " entrando en
sí mismo " decidió recuperar la lealtad, que no había tenido con su padre
ni con su alma a la que había dejado a merced de la Mentira y Vacíos del mundo.
Al entrar en sí
mismo, hizo quizás sin saberlo la bellísima experiencia de fe que nos legó este
salmista: " Dice de ti mi corazón busca mi rostro, si Dios mío, busco tu
rostro, no me rechaces. " (Sl 27,8-9).
Fortalecido por estas palabras, que Dios
suscitó al salmista, aunque nuestro amigo no tuviese conciencia de ello, y
arropado por la humildad, se puso en camino hacia su padre, quien viéndole a lo
lejos no pudo contener su emoción y " corriendo hacia él se le echó al
cuello y le besó efusivamente" Si, " Dios es amor" (1 Jn 4,19).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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