Jesús presenta la
parábola del rico epulón y el pobre Lázaro.
Por razón de la
brevedad nos limitamos al final del pasaje en el que el rico, un pobre hombre,
suplica a Abraham que envíe a alguien a avisar a sus hermanos para que no
terminen en este lugar espantoso. Abraham le dice: Tienen la Ley y los
Profetas; así es cómo llaman los judíos a la revelación de Dios en el Antiguo
Testamento, y añade: Si no escuchan la Ley y los Profetas no creerán, aunque
resucite un muerto.
Los judíos en
general, también hoy, se saben casi todo el Antiguo Testamento de memoria, pero
esto les sirve de poco si no escuchan; también nosotros, debemos escuchar la
Palabra con el corazón a fin de convertirnos realmente.
Muchos milagros,
hizo Jesús en Israel y no le creyeron porque su predicación no alcanzó su
corazón. Por eso Pablo nos dirá que la fe, se refiere a la fe adulta, nace de
la predicación del Evangelio (Rm 10,17) escuchada con el corazón. Así, con el
corazón ardiente escuchó Lidia la predicación de Pablo y se convirtió. (Hch
16,14).
La predicación
del Evangelio en el Nombre de Jesús ha de ir desde el corazón del predicador
hasta el corazón de quienes le escuchan.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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