Acabamos de presentar un libro
viajero. De viajes hablan sus páginas. No son un cuaderno de bitácora con
aventuras turísticas o mapas de tesoros piratas, sino el relato de hazañas
misioneras llevando el Evangelio más allá de nuestra hermosa tierra asturiana.
Y recuerda aquello que dijo Jesús en el trance de su adiós, cuando mirando a
sus discípulos les quiso confiar su misma misión: «Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). Desde entonces, ¡a
cuántas tierras llegaron los pies de los mensajeros! ¡en cuántas lenguas se
contó la Buena Noticia! ¡cuántos escenarios políticos y culturales fueron telón
de fondo de la llegada de los misioneros!
El libro, “La misión, en el corazón de la
Iglesia de Asturias”, es una buena recopilación de cuanto, en estos últimos
decenios, sacerdotes, religiosas y laicos, fueron misioneramente allende el
Musel y más allá del Pajares, dejando en Asturias su tierra, su lengua, sus
lazos familiares y amistosos, y tantos usos y costumbres que nos identifican.
Como única motivación, cumplir aquel mandato del Maestro, sintiéndose
continuadores de la encomienda de Jesús hasta llegar a todos los “finisterres”
detrás de todas nuestras fronteras. En África, en América, en Asia, y también
en Europa, nuestros misioneros han podido prestar los labios a Dios para que en
ellos se escuchara la Palabra que no engaña y trae vida. También a través de
sus manos el Señor ha podido repartir a raudales su gracia. Somos instrumentos
de esa paz y ese bien que con nosotros Dios mismo quiere dar si nos dejamos
enviar con esa dulce y liberadora embajada.
Los paisajes misioneros que los pies de
nuestros hermanos han ido surcando, han sido ciertamente bien distintos. Basta
hojear estas páginas para ver cómo han ido pasando los tiempos y los lugares
delante de sus ojos, con tantas circunstancias de diversa índole que,
sencillamente, los hacían diferentes. Pero el hecho de aceptar ser enviados a
donde el Señor en su Iglesia los mandaba, hacía que pudieran abrazar tantas
vidas con todas sus idiosincrasias: niños y jóvenes, adultos y ancianos, con
todos los factores que se dan en las diferentes biografías y en la entraña de
los pueblos que iban conociendo.
Son mundos bien diferentes a los que por
motivo de nacer en el lugar donde nacimos, y en la época de nuestros años, y
dentro de la familia que nos deseó, nos esperó y nos acogió, y en una comunidad
cristiana como la de nuestra parroquia, o en un colegio en el que crecimos en
tantas direcciones humanas y creyentes, y con nuestra vocación eclesial
concreta que poco a poco fuimos descubriendo y secundando… En fin, ¡cuántas
variables que en nuestra biografía han hecho que seamos como somos porque así
Dios lo quiso propiciando las diferentes circunstancias que nos han arropado y
sostenido!
Dios bendice una experiencia de auténtica
pasión cristiana llevando el Evangelio escuchado y vivido en Asturias hasta los
confines a los que nuestros misioneros han llegado: anuncio de Cristo,
catequesis a niños y adultos, sacramentos de la Gracia repartidos, construcción
de comunidades e iglesias, colegios, dispensarios y un sinfín de gestos y dones
que hemos sembrado con todos aquellos hermanos a los que fuimos y con los que
Dios nos enriqueció el alma. Siempre tendremos un mapa con la silueta de
Asturias o con el entero mapamundi delante, señalando un lugar al que Dios nos
envía y en donde sus hijos, nuestros hermanos, nos esperan. Si somos
cristianos, somos misioneros. El Señor nos dice también a nosotros: “sal de tu
tierra y vete a la que yo te mostraré” (Gén 12). Como repite el papa Francisco,
somos una Iglesia en salida, una Iglesia misionera que no sabe de fronteras
para nuestros pies, ni late con un corazón encogido. Esta es la divina aventura
de quien se sabe enviado y peregrino.
+ Jesús Sanz Montes
Arzobispo de Oviedo
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