Cuando en este mes de mayo la Iglesia se sitúa de una manera singular ante nuestra Madre la Virgen María para contemplar su sí, os invito a contemplar y a ver con más claridad y más fuerza que el sí que dio María a Dios es el sí de la Iglesia. Ese sí tuyo y mío que tenemos que dar a Dios con todas las consecuencias. Qué altura y profundidad alcanza, qué fuerza se manifiesta y tienen para todos los discípulos del Señor contemplar estas palabras de nuestra Madre: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra». Pues es a través de estas palabras donde se nos manifiesta cómo la Iglesia ha de responder a su misión. Y como lo ha de hacer con estas mismas palabras, han de ser estas las que la Iglesia viva y prolongue a través de los tiempos, pues a través de ellas se nos manifiesta un compromiso: la manera y el modo de vivir en esa disponibilidad permanente, a través de la cual Dios sigue visitando a la humanidad con su misericordia y su amor.
En este mes de mayo, en el que la Iglesia fija su mirada de un modo especial en
María, descubre, medita, vive con la fuerza que tiene contemplar a nuestra
Madre abriendo el cielo en la tierra. Ella con su sí abrió el cielo en la
tierra. De tal manera que esas palabras suyas que recita, «me felicitarán todas
las generaciones», tienen una realidad tan honda, tan fuerte. Porque es verdad:
ella es la morada de Dios. El amor a la Virgen María es la gran fuerza por la
que reconocemos todos los discípulos de Cristo que ella es nuestro auxilio,
nuestra consolación, nuestra ayuda. En Ella reconocemos la ternura de Dios, la
manifestación de lo que es estar disponible para Dios, de lo que significa
vaciarse de uno mismo para contener a Dios.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos Osoro Sierra
Cardenal
Arzobispo de Madrid
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