Id, yo os envío, al tiempo que estoy con vosotros. Seré
un solo corazón con el de cada uno de mis pastores, a lo largo de los siglos.
Nada de lo que les suceda me será extraño, eso es lo que yo viví en mi propia
carne. Si yo pude llevar a cabo mi misión fue porque mi Padre no se separó de
mí ni yo de Él. Mis pastores tampoco estarán solos: yo estaré con ellos, no les
abandonaré al poder de “la hora de las tinieblas”. Participarán de mi Día, el
que vio Abrahám a lo lejos, el que creó mi Padre cuando invadió con su luz las
estrechas y gélidas paredes del sepulcro. ¡No temáis, pastores míos, yo estoy
con vosotros! Vuestra vida es sumamente preciosa a mis ojos, al igual que la
mía lo fue a los ojos de mi Padre (Sl 72,14).
El Hijo de Dios está con -de parte de- los suyos, de
sus discípulos-pastores, por el hecho de que comparten con Él causa y misión.
Él y sus pastores, a los que envía por todo el mundo con el Evangelio de la
gracia (Hch 20,24), son un solo corazón; en su interior arde un mismo fuego: el
firme y decidido deseo de que “todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4).
Es por ello que los pastores -así sellados por el Amor
de Dios- no tienen patria fija, ni moldes, ni sistema que les aten o coarten.
Han nacido del espíritu, cuyo soplo nadie puede controlar (Jn 3,8). Justamente
porque ellos mismos son los primeros que han renunciado a controlar el soplo de
Dios –al contrario de los “sabios e inteligentes” (Mt 11,25)-, se dejan moldear
y amar por su Pastor a imagen suya. Conocen la libertad de tener bastante con
Dios, de ahí que su patria sea hoy una y mañana otra. Comparten con sus ovejas
el Evangelio que han recibido, por eso son maestros en saber estar con los
hombres.
Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo -les había dicho el Señor resucitado. Estos hombres, tan débiles para
creer y sostenerse ante su muerte, recibieron la fuerza de estas
palabras-promesas. Acogieron y creyeron. A partir de entonces fueron con el
tesoro del Evangelio, que gratuitamente acababan de recibir, al encuentro de
sus hermanos. Les esperaba un pueblo hostil. Bien pronto se acostumbraron al
hecho de que el mundo entero es hostil al Evangelio. Mientras dios no sea más
que un becerro de oro que el hombre pueda llevar a su antojo (Éx 32,1 ss.),
nunca habrá problema ni hostilidad. Pero si es el Dios del Evangelio, el que da
la Vida ,
descolocando por completo la minúscula vida levantada con tanto esfuerzo y
dedicación, entonces sí, acontece el rechazo.
Bien sabían esto los apóstoles, los primeros pastores
de Jesús. También ellos habían pasado por el seguimiento a Jesús sin renunciar
al control de su pequeña vida, lo que les llevó al abandono en la noche del
Huerto de los Olivos. Noche en que unas traiciones se sucedieron a otras.
Ahora, enviados por el Resucitado y con la garantía de estar junto a Él,
llenaron toda Jerusalén de su Evangelio, como bien les dijeron en forma
acusatoria los acianos del Sanedrín (Hch 5,27-28).
No se arredraron; les quemaba demasiado el Evangelio de
Jesús como para colocarlo como reliquia en un documento fundacional o en un museo. Continuaron, pues,
dando testimonio público del Señor Jesús y su Evangelio, por lo que la
persecución se hizo cada vez más apremiante. Así hasta que uno de los doctores
de la ley –Gamaliel- llamó la atención de todo el Sanedrín con esta
advertencia: ¡Cuidado con lo que estamos haciendo! Si la obra que estos hombres
están llevando a cabo es de Dios, “no conseguiréis destruirles. A ver si es que
os encontráis luchando contra Dios” (Hch 5,39).
Parece como si les estuviera recordando el drama de los
ejércitos de Egipto que, al salir en persecución de Israel, se vieron
arrollados por las aguas del mar Rojo. Ante la furia de las aguas gritaron
aterrados: “Huyamos ante Israel, porque Yahvé pelea por ellos” (Éx 14,25).
¡Cuidado! –les dice Gamaliel– porque algo me dice que Dios está con ellos.
Acertó. Por supuesto que estos sabios del Sanedrín, tan inteligentes ellos, no
le hicieron mayor caso. Por su parte,
los apóstoles vieron cumplidas las palabras de Jesús: Yo estaré con vosotros,
caminaremos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario