Jesús mientras despedía (en masa, supongo)
a los 5000 hombres con el estómago a punto de explotar, dijo a sus apóstoles
que se marcharan a Betsaida, que Él iría más tarde. Se quedó a orar en el monte
para dar gracias a su Padre.
¡A buena hora se marcharon sus amigos en la
barca! Con viento de cara en las aguas del lago… Los pobres no podían ni remar.
-Creo que estaba todo “preparado”, pues cuando “no puedes más”, Jesús siempre
aparece-.
Y aquí apareció, andando sobre las aguas
turbulentas… ¡Las cosas de Jesús, jolín! Pues al verle, los apóstoles aterrados
pensaron que era un fantasma nocturno, de esos que te quitan la respiración (yo
no he visto ninguno, pero fantasmones…) Y encima hizo el ademán de pasar de
ellos… -Siempre lo hace para ver si tú te acercas en libertad- Pero Jesús para
evitarles la taquicardia, se paró y les dijo: “Ánimo soy yo, no tengáis miedo”… ¡No, qué va, menudo “yuyu”!
Juan
pablo II también se acordó de aquella frase de Jesús en el lago, cuando nos dijo
en Madrid: “No tengáis miedo”, fue genial. Yo no tengo miedo de Ti, por eso, no
te separes de mí, pase lo que pase…
Entonces Jesús entró en la barca con ellos
y amainó el viento -entró en tu corazón y calmó tu angustia-. Los pobriños, estaban
tan asustados y perplejos, después de los Panes, el andar sobre las aguas y
dejar el lago “plano”, que no sabían ni qué pensar. Señor, reconoce que das
cada susto…
No podían entender, pero no por zoquetes
(como dice Marcos), Jesús sabe muy bien que no somos tan membrillos no, es que
nos hizo humanos por los cuatro costados y aquellas cosas sobrepasaban al más
inteligente. Pegaban cada salto… Después sabrían que no había otra manera en el
poco tiempo que tuvo, de demostrar que era Dios. Pero también tenía una
paciencia extraordinaria… La misma que ahora, por cierto. Él no ha cambiado en
nada. Y si no fuera por esa gran virtud, ¡A Pedro no le dejan abrir las puertas
del cielo, ni “pa tras”!
Y es que en este mundo en el que vivimos tan
“a la carrera” y con tanto desgaste, más nos valdría sentarnos en un banco a
descansar y aprender algo de Él; de su caridad con el hambriento; de su fe para
allanar tormentas y echar una mano al que está en apuros; de su paciencia
infinita. Y sobre todo de sus silencios cuando le atacaban, esto es más
difícil… Yo no sé como lo hacía y ¿Tú?
¡Ay, Jesús, Jesús, qué complicado nos lo
has puesto! Se me olvida que la puerta del cielo es estrecha… Pero me darás empujones
para entrar a la fuerza, como en el metro ¿verdad?, tengo al confesor más
harto…
Emma Diez Lobo
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