sábado, 26 de mayo de 2018

Solemnidad de la Santísima Trinidad





nos parecemos a dios porque somos hechuras de dios

La fiesta de hoy invita a aproximarnos con humildad y acción de gracias al misterio de Dios uno y trino. Los cristianos somos monoteístas, creemos en un solo Dios, como nos recuerda la primera lectura. Si hablamos de tres personas es porque Jesús, el enviado de Dios, nos lo ha enseñado,  regalándonos  una lupa que nos ayuda a ver más de cerca esta unidad divina. La segunda lectura y el evangelio son ejemplos de esta enseñanza.

 Dios, nuestro creador, ha querido posibilitar a todos los hombres que conozcan su existencia a partir de la creación y de hecho han sido millones y millones los que han reconocido que existe un solo Dios, creador de todo cuanto existe. Pero no se ha conformado con esto, sino que por medio de Jesús nos ha ofrecido unas luces que nos ayudan a conocerlo mejor en sí mismo, aunque siempre de forma imperfecta y aproximada, pues nuestra inteligencia limitada es incapaz de conocer al Transcendente.

Jesús no ha utilizado la palabra “trinidad”, que es utilizada por los teólogos para resumir su enseñanza, sino que de distintas formas nos ha dicho que Dios es uno y trino, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No es un conocimiento enrevesado sin utilidad sino una realidad que nos ayuda a conocernos mejor, pues hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Con la lupa de su palabra Jesús nos ha enseñado que Dios es amor absoluto. Y si amor es darse, Dios tiene que darse totalmente. Por eso decimos que Dios es Padre que totalmente ama y se entrega a un Amado, al que reconocemos como Hijo eterno de Dios. Entre este Hijo y el Padre existe necesariamente un amor total mutuo, que llamamos Espíritu Santo. Por eso Dios no es el eterno solitario, el todopoderoso egoísta sino una unidad en la plenitud del amor. Ese amor nos ha creado y por eso toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, tiene dos tendencias, el afirmar su personalidad y la necesidad de entregarse a los demás, es decir, ser persona independiente y social a la vez, ser un yo que se realiza y perfecciona dándose a los demás.

Pero el amor de Dios no se ha limitado a crearnos a su imagen y semejanza, sino que ha querido invitarnos a compartir su plenitud de vida divina. Por eso el Padre envió su Hijo al mundo y Jesús, muriendo y resucitando, nos ha posibilitado esta meta. Para eso nos envió su Espíritu, que en el bautismo nos introduce en la vida trinitaria. Nos lo recuerda el Evangelio. Jesús, por su muerte y resurrección, ha recibido del Padre todo poder para realizar esta tarea y envía a sus apóstoles para que la den a conocer. Se hará realidad  bautizando a los que acepten la invitación por la fe en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Bautizar significa zambullir, sumergirse. En el sacramento del bautismo hemos quedado  sumergidos  en la vida trinitaria. El Espíritu Santo nos une a Cristo y en él somos hijos en el Hijo y estamos unidos al Padre. Es lo que nos explica san Pablo en la segunda lectura, cuando afirma que el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios porque nos capacita para llamar a Dios papá (abbá), y el Espíritu no puede hacernos mentir.

A continuación Jesús dice que el incorporado a la vida trinitaria, debe vivir dentro de la comunidad eclesial, familia visible de los hijos de Dios, como él nos ha enseñado, es decir, de acuerdo con el Evangelio. Y para que esto sea posible, él nos acompañará siempre en la Iglesia.

Los cristianos comenzamos todas las actividades, especialmente religiosas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, mientras trazamos sobre nuestro cuerpo la señal de la cruz. Se trata de una confesión de fe de profundo sentido. Decir en el nombre es decir con la autorización, con el poder, en representación, con las mismas disposiciones. Con este breve rito queremos decir que actuamos con el poder del Padre y para su gloria, identificados con el Hijo, el que murió y resucitó, es decir, que actuamos en actitud de servicio, y finalmente con el amor del Espíritu Santo. Y mientras lo pronunciamos hacemos sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz, la gran manifestación del amor del Padre que nos entregó a su Hijo, del amor del Hijo que se entregó por nosotros y del amor del Espíritu que nos capacita para actuar en esta atmósfera de amor.

La Eucaristía es una faceta privilegiada de la promesa de Jesús de acompañarnos siempre. Su celebración es celebrar el misterio de Dios uno y trino. El Espíritu Santo nos une a Cristo y por Cristo adoramos al Padre, ofreciendo nuestra vida. Todo esto se significa en la gran doxología: Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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