sábado, 5 de mayo de 2018

VI Domingo de Pascua




El amor transforma nuestro cuerpo mortal en glorioso

La liturgia de este domingo continúa profundizando en lo que significa e implica que Cristo ha resucitado y que nosotros resucitaremos con él: lo mismo que la naturaleza humana de Jesús se fue transformando por el amor hasta llegar a la resurrección y glorificación, igualmente la nuestra, unida a Jesús y siguiendo el mismo camino, se irá transformando hasta llegar a la resurrección. Por eso la vida cristiana se resume en amor. Las tres lecturas coinciden en este mensaje, central para el cristiano.

Sin embargo hay personas cristianas, que creen en la resurrección de Jesús, pero no en la nuestra, ¿cómo puede transformarse la naturaleza humana, que una vez muerta, se corrompe? El Espíritu Santo (primera lectura) la puede ir transformando por el amor en dos fases, durante la vida terrena la va disponiendo y después de la muerte la transformará.

La última razón es que Dios es amor (2º lectura y Evangelio). Los diversos atributos de Dios no son más que diversas caras de la misma realidad: Dios es santo, omnipotente, perfecto, paz, alegría, felicidad, amor. Este último atributo los resume todos y está presente en todos: la santidad de Dios es su amor, el poder divino es su amor... Dios es amor. Su esencia es amar y amar es un darse continuo.  Por eso el único camino para llegar a Dios, fuente de la felicidad, la alegría, la paz, la perfección, es corresponder a este amor.

Pero la humanidad es débil, más aún, culpablemente débil e incapaz de llegar a Dios por este camino. Saliendo al paso de esta situación, Dios-amor envió a su Hijo que asumió la naturaleza humana para transformarla, y lo consiguió Jesús viviendo una vida  animada por el Espíritu Santo y consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor. Una vida consagrada al amor llega a Dios Amor. Por eso el Padre lo acogió, resucitándolo y acogiendo en él la naturaleza humana, que desde entonces, unida a Cristo resucitado, tiene capacidad para llegar a Dios.

El cristiano, unido a Cristo por el bautismo y animado por el Espíritu Santo, está capacitado para llegar a Dios-Amor, viviendo también una existencia consagrada al amor. Es este amor el que irá transformando poco a poco nuestro ser para hacerlo capaz de la futura resurrección.  Por ello con toda lógica al final seremos examinados de amor.

Si Dios es permanentemente amor, la vida del cristiano es igualmente amar, es decir, todos los actos de la vida deben estar permanentemente inspirados y animados por el amor. Este amor no es sentimiento, que puede estar o no presente en las obras; es darse, entregarse, buscar el bien concreto del otro. En primer lugar, es una opción fundamental, una orientación básica de la existencia, y después su concreción en las circunstancias concretas en que se encuentra cada uno, circunstancias políticas, sociales, familiares, eclesiales. Todo esto exige permanecer constantemente unidos por el Espíritu a Jesús, que nos pide permanecer en su amor. El amor del cristiano debe ser presencia histórica del amor de Jesús.

        La Eucaristía es celebración del amor del Padre que nos entrega a su Hijo, celebración del amor del Hijo que se entrega por nosotros y celebración del amor que hemos recibido y nos capacita para amar a Dios y a los hermanos en el presente y en el futuro.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona.



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