martes, 3 de julio de 2018

De­cá­lo­go del Papa Fran­cis­co a los de­por­tis­tas




¿Qué hace el obis­po en una gala como ésta? me pre­gun­tó, a bo­ca­ja­rro, el re­por­te­ro del Alto Ara­gón du­ran­te la III Gala a los va­lo­res de­por­ti­vos. He ve­ni­do in­vi­ta­do por el «fút­bol base» y por «grá­fi­cas Bar­bas­tro». Y me gus­ta­ría re­ga­lar­les a estos/as mu­chachos/as un “de­cá­lo­go del de­por­tis­ta” con­fec­cio­na­do con re­ta­zos de los dis­cur­sos que el Papa Fran­cis­co les ha di­ri­gi­do.

Coin­ci­de pro­vi­den­cial­men­te con el mun­dial de fut­bol. Más allá de los re­sul­ta­dos que pue­da ob­te­ner nues­tra se­lec­ción, me ale­gra di­ri­gir­me a estos  de­por­tis­tas, a sus en­tre­na­do­res, equi­pos di­rec­ti­vos y fa­mi­lia­res con es­tas evo­ca­do­ras pa­la­bras del Papa Fran­cis­co:

 CHICOS/AS:
1.- ¡El de­por­te fa­vo­re­ce la cul­tu­ra del en­cuen­tro en­tre to­dos!
2.- Que vues­tros di­ri­gen­tes y en­tre­na­do­res os den, so­bre todo a los más des­fa­vo­re­ci­dos, una opor­tu­ni­dad para ex­pre­sa­ros y ser vo­so­tros mis­mos.
3.- ¡No os co­máis la pe­lo­ta! Pro­pi­ciad siem­pre el jue­go en equi­po.
4.- ¡Que jue­guen to­dos! No sólo los me­jo­res.
5.- ¡Sed cam­peo­nes, so­bre todo, en la vida!
6.- El éxi­to del equi­po es la con­jun­ción de una se­rie de vir­tu­des hu­ma­nas: leal­tad, amis­tad, so­li­da­ri­dad, diá­lo­go, co­la­bo­ra­ción, en­tre­ga… va­lo­res es­pi­ri­tua­les que se cris­ta­li­zan en ac­ti­tu­des de­por­ti­vas.
7.- ¡Ha­ced siem­pre una ora­ción en si­len­cio, to­dos! Pen­sad en el equi­po, en vues­tros com­pa­ñe­ros de jue­go, en vues­tros en­tre­na­do­res, en vues­tras fa­mi­lias, en los ár­bi­tros. Pe­did­le a la Vir­gen que ben­di­ga a to­dos.
8.- Cuan­do se suda la ca­mi­se­ta tra­tan­do de vi­vir como cris­tiano, ex­pe­ri­men­ta­réis que nun­ca es­táis so­los. Que for­máis par­te de una gran fa­mi­lia.
9.- ¡Sean pro­ta­go­nis­tas! ¡Pa­teen siem­pre ha­cia de­lan­te! No se me­tan en la cola. Cons­tru­yan un mun­do me­jor.
10.- ¡Pro­mue­van el de­por­te au­tén­ti­co! Com­pór­ten­se siem­pre como si fue­ran «afi­cio­na­dos» para evi­tar el pe­li­gro de la dis­cri­mi­na­ción, para que des­apa­rez­ca la vio­len­cia en la can­cha y se vuel­van a po­blar las tri­bu­nas con vues­tras fa­mi­lias.
La vic­to­ria más her­mo­sa, es la de su­perar­se a sí mis­mos. Fren­te a la cul­tu­ra del in­di­vi­dua­lis­mo y el des­car­te ge­ne­ra­cio­nal, el de­por­te se con­vier­te real­men­te en el ám­bi­to pri­vi­le­gia­do don­de las per­so­nas se en­cuen­tran sin dis­tin­ción de ra­zas, sexo, re­li­gión o ideo­lo­gía; don­de se pue­de ex­pe­ri­men­tar la ale­gría de com­pe­tir por al­can­zar una meta to­dos jun­tos; don­de to­dos for­ma­mos un equi­po, en el que los éxi­tos se dis­fru­tan y las de­rro­tas se su­pe­ran con la ayu­da de los de­más.
El de­por­te, es la es­cue­la de la ex­ce­len­cia, de lo su­bli­me, de lo be­llo, de lo más no­ble… don­de se in­terio­ri­zan va­lo­res más hu­ma­nos y di­vi­nos.
Con mi afec­to y mi ben­di­ción,
+ Ángel Pé­rez Pue­yo
Obis­pos de Bar­bas­tro-Mon­zón


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