lunes, 23 de julio de 2018

El descanso




Estamos viviendo unos tiempos en los que se ensalza la cultura del ocio y este asociado al descanso, como es natural. Es necesario, en favor de la propia salud, desconectar de vez en cuando de la vida laboral y rutinaria. Parece que hay una tendencia por sustituir la única duración prolongada de unas largas vacaciones por más espacios de tiempo de asueto cortos, como es lógico. La forma de trabajo actual de menos actividad física y más intelectual junto con el aprovechamiento de las nuevas tecnologías parece que avalan y ayudan a esta forma de “vacacionar”, como se dice en los países hermanos del otro lado del Atlántico. La revolución de las nuevas tecnologías, tan criticadas por algunos, pues dicen quitar mano de obra, hacen que se pueda trabajar de forma no presencial, llevarse los deberes laborales al hogar, al lugar de las vacaciones o descanso: teletrabajo.

Por tanto se busca intercalar más periodos de tiempo de asueto a lo largo del curso laboral Navidad, Semana Santa, puentes, etc.. Por ser periodos de corto espacio temporal, con frecuencia muy distantes de casa y entorno, se pretende aumentar la cantidad de cosas, que se quieren hacer en ellos, a fin de que, a base de llenar y aprovechar más el tiempo produzca mayor placer y satisfacciones.

Mas parece ser, según comentarios de los psicólogos y de los propios sujetos, que atiborrar este tiempo vacacional con muchas actividades produce el efecto contrario al deseado: agotamiento y estrés. O sea, que en vez de descansar y desconectar del trabajo, se vuelve más cansado y agobiado. ¡Menudas vacaciones!, si consiguen el efecto contrario.

Pues hete aquí que el Evangelio nos da la solución a la contradicción anterior. Vuelven los discípulos de su primera misión y Jesús quiere evaluar o valorar los resultados de la misma y les invita a una convención, como suelen hacer las empresas actuales. (Mc 6, 30) “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”.

Aquí tenemos las pistas. “…a solas a un lugar desierto”.

No podemos pretender descansar dentro de una vorágine; el descanso, máxime el espiritual, requiere el aislamiento, el separarnos de lo que nos rodea y de los que nos rodean para concentrarnos en nuestros propios pensamientos y meditaciones; se trata de conectar con nuestro interior, aislándonos de lo externo. Un encuentro íntimo y personal con Jesús, sin nada ni nadie que nos distraiga, incite o excite.

Por otra parte hay que elegir muy bien el lugar donde llevar a cabo esa concentración: “…un lugar desierto”. En este contexto ¿qué es el desierto? Evidentemente no se trata del desierto físico donde el Mesías se preparó para su vida pública, con su ayuno y sus tentaciones. Nuestro desierto tiene que ser cualquier lugar que nos ayude e invite a conseguir lo deseado. Puede ser el solo y mero cambio de entorno o medio distinto al habitual y que invite a la concentración. Puede ser el desierto del voluntariado: aprovechar el tiempo que ahora nos sobra para entregarlo a personas que, por uno u otro motivo, están solas y necesitan ayuda, etc.

Al fin y a la postre el dedicar un tiempo al espíritu para que, como dice poco después este mismo pasaje evangélico, Jesús no tenga que sentir lástima por aquella multitud que andaban como ovejas sin pastor.

Pedro José Martínez Caparrós



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