Vemos a San Pablo, camino de Damasco. Se considera un hombre fiel a Dios y servidor suyo, pero... ¿Quién es ese dios a quien sirve? Evidentemente no es el Dios Misericordioso y Compasivo que lee en los Salmos, de hecho, se dirige a Damasco para encarcelar a gente cuyo delito es creer que Jesús es el Mesías. Al aproximarse a la ciudad Jesús le derriba del caballo y le pregunta: ¿Por qué me persigues?
Desde entonces hasta hoy Jesús sigue preguntando a muchos Pablos: ¿Por qué me persigues? ¿Por qué te burlas de mí, me desprecias…etc. en la persona de mis discípulos? ¿Por qué alimentas con hielo tu alma, si yo soy su Fuego natural? No vengo a ti para castigarte; no es ese mi estilo. Me hago el encontradizo contigo, para recuperarte, para que encuentres tu dignidad perdida. Te has elevado sobre tus cosas; te apoyas en arena. Eres como la estatua de Nabucodonosor: radiante a la vista, pero con pies de barro, que te desplomaran en tierra (Dn 2, 27-35...) Sobre la tierra cayó Pablo, quien, en unos segundos, se jugó su eternidad al ver a lo lejos, el Amor Inmortal, en la llamada de Jesús. Comprendió que se proyectaba sobre él la Luz de la que tanto hablaba, pero que no conocía...
(Seguimos...)
P. Antonio Pavía
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