Insistimos en la proclamación de la Gloria del Nombre de Dios, proclamada por Él mismo: ¡Lo he glorificado y lo volveré a glorificar!
La humanidad entera, representada por Israel y el Imperio Romano,
despreció y pisoteó el Glorioso Nombre de Dios al crucificar a Jesús, su Hijo.
Todo asesino a lo largo de la Historia tuvo una muerte más digna que la de
Jesús. Satanás y sus colaboradores, ebrios de la gloria de este mundo, cantaban
su victoria sobre Dios en el Calvario, cuando de pronto, Jesús, irguiéndose
como pudo sobre la Cruz, proclamó su inminente glorificación victoriosa: ¡Padre,
en tus manos, encomiendo mi espíritu!
Grito victorioso que, sometiendo el
mal y la muerte, hizo enmudecer a todos los agentes de la Mentira y del Mal
allí congregados.
Nos permitimos recoger los últimos
susurros de Jesús al Padre en su agonía: ¡Padre, hemos vencido, hemos abierto
un Camino de Salvación para todo hombre! Desde entonces, todos podemos
testificar lo que años después proclamó el Apóstol Pablo: ¡Donde abundó el
pecado sobreabundó la Misericordia! (Rm 5,20b). Bien podía Pablo ensalzar
la Misericordia de Dios, él que había condenado con su voto, a tantos
Discípulos de Jesús, de los primeros tiempos. (Hch 26,9-11).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario