Tengo
cinco dedos en cada mano para trabajar, escribir, acariciar… Dos ojos (ver en
relieve); dos oídos (por si falla uno); una máquina perfecta que metaboliza; millones
de neuronas para pensar; una conciencia; unos óvulos para la procreación; un
corazón que puede latir doscientos años… ¿Qué perfección, verdad?, qué grandes “casualidades” ¿no?
A
nosotros los lógicos creyentes, sabemos por la razón que hay mano del Sumo
Creador. Pero ¿Y vosotros que ponéis la medalla a la suerte?
Decís
que sois ateos, científicos, inteligentes, ¿de dónde la inteligencia?
Encorsetados en neuronas sin sentido común, vuestras respuestas son absurdas.
Dicen
que “Los científicos no persiguen la
verdad, sino que ésta les persigue a ellos”; es cierto, al final de sus
reflexiones siempre está Dios… ¡Cuánto tiempo perdido y noches sin dormir!
Unamuno
decía que “La ciencia enseña por encima
de todo, a ser un ignorante”. Y yo digo que aquél que no razona, no puede
dar explicación a su vida y la vida no tiene misterio; eso viene después...
Somos
la CAUSA y no la CASUALIDAD; somos de Dios y no del “liquen casual evolucionado”, ni de
“la especial partícula estelar caída en este planeta”; todavía hay líquenes
y que yo sepa, no andan a medias; caen partículas todos los días y que yo sepa,
nos pareceremos a Marte antes de que evolucionen en un complejísimo ADN de un simple
y perfecto virus.
Mirad
el cromosoma humano, específico en cada individuo desde su creación. Naturaleza elegida por el Creador de los
líquenes, partículas y el universo.
Evolución
¡Sí!, Pero intrínsecamente no cambia nada. Cada ente, cuerpo o elemento, es lo
que es. (Del “diente de sable”, no vino mi gato, sino el tigre actual).
El
conocimiento es la base para empezar o acabar en Dios.
Emma Díez Lobo
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