Un informe presentado recientemente por Cáritas Diocesana de Barcelona
incidía en la idea que las familias atendidas cada vez son más pobres y deben
recurrir durante más tiempo a la distribución de alimentos en especie o asistir
a los comedores sociales. A raíz de este estudio, hoy quiero hablaros del bien
común, principio que se deriva de la dignidad, unidad e igualdad de todas las
personas, y que tiene su origen en el hecho maravilloso y exigente de que todos
somos miembros de una misma familia, la familia humana.
Sin embargo, llama la atención constatar cómo se ha instalado hasta
adquirir carta de naturaleza un individualismo al
que no dudo en calificar de feroz. Sus
manifestaciones están en la mente de todos: cada uno va a lo “suyo”, la
cercanía del “otro” está absolutamente ausente, no nos sentimos miembros que
integran una gran familia de hermanos, etcétera.
¿Qué es el bien común? “Es el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno
de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.
(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 164).
El bien común pretende el bien de todos los
hombres y de todo el hombre. Ahí está la
verdadera clave de que el bien común sea en la doctrina social de la Iglesia el
“tema estrella”, con palabras coloquiales de nuestro tiempo. Desgraciadamente,
hay que insistir en que en la actualidad lo que prima no es el bien de todos
rectamente entendido: prima el bien particular o, para ser más exacto, el bien
de unos pocos.
La Iglesia, a través de la doctrina social que mantiene en su magisterio,
nos ofrece un diagnóstico sumamente certero al afirmar que “una visión puramente histórica y materialista
terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar social, carente
de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser”.
(Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, nº 164).
El papa Francisco nos recuerda algo tan básico como que sin el bien común
como fin último se corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza. “Hace
falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una
responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la
ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir
que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo
fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses”. (Laudato si’, nº 229).
Concluyo la reflexión de hoy con unas palabras de san Juan XXIII, referida
al bien común y los más necesitados, que, pese al tiempo transcurrido, siempre
tiene vigencia: “Todos los miembros de la comunidad deben participar en el bien
común por razón de su propia naturaleza, aunque en grados diversos. (…) Los
gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el bien común redunde en provecho
de todos, sin preferencia alguna por persona o grupo social determinado, (…)
poniendo especial cuidado de los ciudadanos más débiles, los que se encuentran
en condiciones de inferioridad, para defender sus derechos y asegurar sus
legítimos intereses” (Pacem in terris, nº 56).
Aplicado al momento que estamos viviendo, en el que la tasa de pobreza en
Cataluña supera el 20% de su población, es importante que gobernantes y
gobernados revisemos nuestro camino y que trabajemos juntos administraciones,
Iglesia y sociedad en la consecución del bien común.
+ Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona
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