La liturgia cristiana del Año
Nuevo, en la primera lectura, ha recogido una bella bendición de Dios sobre su
pueblo, contenida en el libro de los Números (6, 24-26), con la cual yo deseo
pedir a Dios que os bendiga a todos: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine
su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te
conceda la paz”. Al comenzar el año pido al Señor que ilumine vuestra
existencia con su luz benevolente, guardándoos diariamente de todo peligro, colmándonos con sus bienes, en una palabra, concediéndoos la paz.
El año que estrenamos no es
únicamente una duración cronológica de 365 días, sino también un tiempo
conducido por la bondad del Señor, de modo que sea para nosotros año de gracia.
Dios abre delante de nosotros un horizonte presidido por su providencia
paternal. A Santa María, la Madre del Señor y Madre nuestra, le pedimos que nos
acompañe: “Ven con nosotros al caminar”. Comenzamos el nuevo año en la
presencia de Dios, contando con Él y confiados en su guía
omnipotente y compasiva.
Desde hace cincuenta años
recibimos un Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz, que inauguró
el Bto. Pablo VI. El Mensaje para el año 2017 nos invita a llevar un estilo de
vida caracterizado por la “no-violencia”, tanto en las relaciones personales y
familiares como en las relaciones sociales y políticas. Una forma de vida
inspirada en el Evangelio debe ser pacífica y pacificadora. Jesús trazó el
camino de la no-violencia, porque con su muerte destruyó la enemistad y
construyó la paz (cf. Ef. 2, 14-16). Por eso, “quien acoge la Buena Noticia de
Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios,
convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación”. La misericordia de Dios,
se concreta según el mensaje de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a
los que os odian, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os
calumnien” (LC. 6, 2).
El amor a los enemigos es el
corazón de la moral evangélica, su rasgo más original y distintivo, la carta
magna de la no-violencia cristiana. El amor a los enemigos es posible
únicamente si el Espíritu del Señor anima nuestro corazón y nuestra vida. De
este espíritu participan muchos hombres y mujeres, que con su manera de sentir,
de hablar, de vivir y de actuar son reflejo de la compasión renovadora de Dios.
Por esto, afirma el Papa Francisco en su Mensaje de este año: “Ninguna religión
es terrorista. La violencia es una profanación del nombre de Dios. No nos
cansemos nunca de repetirlo: Nunca se puede usar el nombre de Dios para
justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la
guerra”. ¡Qué necesidad tenemos en nuestros días de escuchar y asimilar estas
palabras! Ni en nombre de Dios, ni en nombre del hombre, ni en nombre de ningún
pueblo o raza, podemos ejercitar la violencia y la guerra. Las bienaventuranzas
son el retrato personal de Jesús y también el perfil de sus discípulos y de
toda persona auténticamente pacificadora.
Al comenzar el año cada persona
en concreto y también en los medios de comunicación social hacemos una especie
de alto en el camino, echando una mirada hacia atrás y desde el presente
mirando hacia el futuro. Nosotros los cristianos somos invitados a contemplar
la historia a la luz de Dios, que es origen, guía y meta del universo, de quien
venimos; en cuya presencia existimos y hacia el cual vamos caminando.
Os exhorto a que miremos al
pasado con gratitud y humildad. La memoria del pasado debe estar impregnada del
perfume del agradecimiento. ¡De cuántas personas somos deudores! ¡Cuántos
beneficios hemos recibido! No somos creadores de nosotros mismos sino regalo de
Dios y beneficiarios de muchos.
También la contemplación del
pasado debe estar saturada de una actitud humilde para recibir la misericordia
de Dios y la comprensión de los demás. No cabe a la vista de nuestro camino
recorrido ni el desprecio de los demás ni la altivez orgullosa por nuestro
comportamiento. La actitud humilde y agradecida purifica nuestro corazón
y nuestra memoria.
Debemos, en esta lúcida inercción
histórica, vivir el presente con intensidad, sin perder el tiempo, llenando los
días con dedicación y obras de servicio y de misericordia. “Matar el tiempo” es
una expresión terrible que caracteriza la vida de quien ha perdido o no ha
descubierto todavía el valor de la vida humana. El presente requiere de
nosotros vigilancia, atención y ocupación. Vivir despiertos significa no caer
en la tentación del sopor en pleno día. Cada momento del día es una especie de
resplandor de la eternidad (Goethe), una valiosa oportunidad para
madurar y servir.
Ante el futuro se suscitan en
nosotros fácilmente los sentimientos de temor o de esperanza. Deseo en este
comienzo de Año de gracia del Señor que la luz de la esperanza ilumine nuestros
pasos por el camino de la vida. La esperanza es entrada animosa y confiada en
el futuro, que sin cesar nos va llegando. La esperanza derrama en el hombre la
decisión. La esperanza no se cruza de brazos aguardando sin más. La esperanza
es operativa, es decir, no se queda en deseos sino transforma el diario vivir
con su fuerza. La esperanza no es evasión de quien sueña con salir de la dureza
del tiempo presente en alas de su imaginación. La esperanza en Dios no defrauda
de modo que hasta el último momento de la vida podemos esperar en su bondad y
omnipotencia; ni el muro de la muerte es infranqueable para Él. Aunque ya no
podamos proyectar etapas históricas delante de nosotros, Dios nos abre siempre
la puerta de la esperanza. La esperanza puede ser probada o porque surgen
obstáculos o porque las promesas se retrasan. La esperanza es salida en
situaciones cerradas o apuradas. Saber esperar a pesar de las tentaciones de
desánimo demuestra la madurez de la esperanza y al mismo tiempo la hace
madurar. Las pruebas acrisolan a la persona. La esperanza es como un faro que
orienta al puerto en medio de un mar embravecido y oscuro. Es como un ancla que
amarra nuestra embarcación vacilante en el puerto de la serenidad y la paz (cf.
Heb. 6, 17-20). La esperanza es como una mano tendida por Dios mismo, como una
tabla de salvación, al náufrago que bracea a duras penas contra olas.
Invocamos a la Virgen Madre de
Dios al comenzar el año:”Santa María de la esperanza, mantén el ritmo
de nuestra espera”.
+ Ricardo Blázquez
Cardenal
Arzobispo de Valladolid
No hay comentarios:
Publicar un comentario