Jesús, heraldo de la buena nueva del reino
Convertíos,
porque el Reino de los Cielos ha llegado: así resume Mateo
la alegre nueva que proclama Jesús. La presenta como proclamación, es
decir, que en sentido estricto significa dar publicidad a una decisión
inapelable tomada por otro, en este, por Dios Padre. Dios Padre ha decidido
reinar sobre la humanidad. La decisión es inapelable y ante ella sólo cabe
aceptarla o rechazarla. Jesús se remite a una promesa hecha por Dios de que iba
a reinar sobre la humanidad de una manera especial, destruyendo los males de su
pueblo y dándole en su lugar la plena felicidad (1ª lectura). Era una esperanza
muy viva en su tiempo, aunque no todos la interpretaban de la misma manera. Era
muy corriente pensar en una actuación divina desde fuera, destruyendo
con la fuerza, incluso violenta, a los opresores del pueblo y a los pecadores,
todo ello en favor de los fieles que se habían mantenido en el cumplimiento de
la Ley.
En
este contexto el anuncio de Jesús era ambiguo, pues, por una parte, anunciaba
que Dios ya iba a reinar, ejerciendo su poder, pero, por otra, no aparecían
signos de este poder revolucionario, invitaba a la conversión a todos, incluso
a los que cumplían las leyes y, lo que es más grave, en lugar de destruir los
pecadores, se juntaba con ellos e incluso llamó alguno a su seguimiento.
Es que Jesús tenía
otra concepción del Reino. El que va a reinar es Dios Padre, todopoderoso y
misericordioso y lo va a realizar de la única manera que sabe actuar, como
padre.
Eternamente
ha amado a su Amado, el Hijo de su amor. Ahora quiere prolongar esta relación a
toda la humanidad convirtiéndola en hijos adoptivos. Si reinar es ejercer un poder, Dios padre lo
va a llevar a cabo amando a los hombres y convirtiéndolos en hijos suyos. Padre es correlativo de hijo. Nadie puede
llamarse padre si no tiene un hijo. Y para eso envío a su Hijo que se hizo
hombre. Y por eso Jesús invita a la humanidad a aceptar esta nueva relación, que la perfecciona y realiza
plenamente. Ya todos los hombres, en cuanto criaturas, dependen necesariamente
del Creador y son hijos suyos, pero ahora se trata de una relación especial,
que participa la de Jesús, ser hijos adoptivos por medio de Jesús Hijo
unigénito.
Jesús
realiza esta invitación en la debilidad como Siervo de Yahvé, con solo su
palabra, como medio de respetar la libertad del hombre. Y es que la aceptación
del hombre implica amar a Dios y sin
libertad no puede haber amor.
Como todos los
hombres, hijos de Adán, son pecadores, Jesús los invita a todos a la conversión
para obtener el perdón de los pecados y con ello un corazón nuevo, de hijo y de
hermano, con una vida nueva que culminará en la vida eterna, participando de la
perfección y felicidad de Dios. Por eso el reino que propone Jesús quiere
transformar el mundo, pero no desde fuera, sino desde dentro, transformando
interiormente a la persona y convirtiéndola en agente de transformación del
mundo. Por sus frutos los conoceréis.
Al
servicio de este mensaje y esta realidad Jesús agrupa en torno a sí discípulos
y ha creado a la Iglesia, ha proclamado y explicado su mensaje por los campos
de Israel y lo ha acompañado de signos de curaciones que señalan el alcance
escatológico de este dinamismo salvador que ya ha comenzado y que terminará en
la resurrección, en un mundo nuevo y una tierra nueva.
Este
mensaje continúa hoy actual por medio de la Iglesia. Dios Padre quiere mandar
en nuestras vidas, la respuesta básica es “dejarle mandar” como padre,
aceptando la vida filial y con ello la vida fraternal. Como consecuencia
vendrán necesariamente otras formas de “construir el Reino”, trabajando por un
mundo mejor. Para los que ya lo hemos aceptado por la fe y el bautismo es una invitación
a tomar conciencia del don recibido, que da sentido a la vida, y renovar el
compromiso de vivir sus implicaciones
filiales y fraternales.
La
Eucaristía actualiza y celebra la obra del Reino, ya presente y aceptado por
millones de personas, alimenta para vivir sus implicaciones y, a la vez, hace
presente la certeza del futuro con la presencia sacramental del Señor
resucitado.
D.
Antonio Rodríguez Carmona
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