El sacrificio existencial de Jesús
Otra
faceta de la obra de Jesús como Siervo de Yahvé: su vida fue un sacrificio
existencial. El Evangelio ofrece otra presentación general de la obra de Jesús,
otro eco de la fiesta de Epifanía, recordando la presentación pública que hizo
Juan de Jesús como el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo. La imagen remite al cuarto poema del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12, esp.
53,4-7), donde se le presenta como un cordero que toma sobre sí el pecado del
mundo y sufre en nombre de la humanidad como su representante. El salmo
responsorial (salmo 39) añade otro
elemento que remite al sacrificio: Dios no quiere sangre de animales, sino el
corazón del hombre. Por ello la respuesta del salmista que anuncia el
ofrecimiento de Jesús en la encarnación: Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificio en nuestra cultura
es un concepto con implicaciones de dolor. Sin embargo no es éste su sentido
primitivo. Etimológicamente significa lo
hecho sagrado, y puesto que sagrado por antonomasia es Dios, sacri-ficio es lo hecho
sagrado, es decir, lo acercado a Dios, lo divinizado, y con ello lo
perfeccionado, puesto que Dios es la perfección y la felicidad plena. El
sacrificio pertenece a la historia de la humanidad. En todas las culturas el
hombre ha expresado su hambre de
felicidad y perfección intentando
acercarse a la divinidad. El sacrificio era una forma concreta en la que el
hombre ofrecía a Dios de diversas formas algo valioso que lo representara, como un animal. En el AT
consistía en una ofrenda de algo aceptada por la divinidad. El hombre ofrecía algo valioso que le
representaba y por medio del sacerdote lo ponía en un lugar que representaba a
Yahvé como expresión de que Dios la aceptaba. Todo era externo y simbólico. Con
frecuencia los profetas denunciaron el carácter vacío de estos ritos, porque
eran rutinarios y no significaban la entrega del corazón del hombre a Dios
(Salmo responsorial).
La
vida de Jesús fue un sacrificio existencial, desde la encarnación a la
resurrección. El ofrecimiento tuvo lugar en la encarnación, en que hizo suyas
las palabras del salmo: Heme aquí que
vengo a hacer tu voluntad (cf Hebr
10,5). Su vida fue la realización de esta entrega al Padre: por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo
sin tacha a Dios (Hebr 9,14). La primera lectura, el tercer poema del
Siervo, ofrece una faceta de la ofrenda existencial de Jesús-siervo, su
constancia en ella, a pesar del rechazo y de su aparente inutilidad. No fue
inútil, fue luz-salvación para toda la humanidad, pues el Padre aceptó esta
ofrenda resucitándolo. Así Jesús consiguió el objetivo de todo sacrificio, se hizo-sagrado, divinizó su humanidad
para él y para toda la humanidad, a la que representaba. Realmente lo que Dios quiere del hombre no son sus cosas, sino su
corazón, traducido en una vida entregada al servicio, pues Dios es amor. Así
Jesús es sacerdote existencial y convierte a todos los que aceptan su obra en
un pueblo sacerdotal.
En la
Eucaristía ejercemos como pueblo sacerdotal en unión con Jesús. En ella se
actualiza su sacrificio existencial como ocasión privilegiada para que nos
unamos a él y así poder llegar al Padre, pues él es el camino, la verdad y la
vida, y nadie va al Padre sino por él (cf Jn 14,6). En la consagración,
Jesús está dinámicamente presente, actualizando su entrega al Padre.
Participar en la Eucaristía no consiste simplemente en asistir, cantar,
responder... Lo fundamental es ofrecer la propia existencia al Padre por medio
de Jesús, uniéndose a su dinamismo junto con toda la Iglesia.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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