Como hoy
todo se vende y todo se compra, uno también se imagina que puede comprar la
felicidad, pero la felicidad ni está en venta ni se puede comprar. Hay tiendas
donde se vende de todo y a todos los precios. Aún no he visto ninguna que venda
la felicidad. Dicen que Dios puso una tienda con el título de “Se vende la
felicidad”. Inmediatamente la gente acudió, pero se llevó una desilusión. A
cada cliente, Dios le ponía en sus manos unos granos. ¡Nos has engañado! Decían
algunos. Otros: “¡Así es la publicidad!” Hasta que Dios levantó la voz
diciendo: “Aquí no se vende la felicidad sino las semillas de la felicidad”.
Es que la felicidad no es
algo que se pone o quita como un vestido. La felicidad es algo que tiene que
brotar de dentro y las bienaventuranzas que hoy nos ofrece Jesús, no son sino
semillas de esa felicidad que nace del corazón.
Las bienaventuranzas no son
recetas como pudiera pensarse. Las bienaventuranzas son semillas de actitudes
capaces de cambiarnos interiormente y crear en nosotros una nueva experiencia
de nosotros mismos y una experiencia de los demás.
Cuando decimos
“bienaventurados los pobres”, ya estamos pensando en que Dios nos quiere quitar
lo que tenemos, cuando en realidad lo que Dios pretende es liberarnos de
nuestras esclavitudes del tener, las esclavitudes de las cosas.
Cuando nos dice
bienaventurados los que lloran, no está pensando en cristianos llorones, sino
en corazones capaces de compartir el sufrimiento de los demás. ¡Que eso también
es fuente de felicidad! Lo único que no causa felicidad es el egoísmo de
encerrarnos sobre nosotros mismos olvidándonos del resto. Eso no puede ser
fuente de alegría para nadie.
Cuando nos dice que
tengamos hambre de justicia y de paz, esa es otra semilla de felicidad. ¿Acaso
el preocuparnos por los derechos de los demás y luchar por sus derechos no es
una fuente de felicidad?
Una cosa debe quedar clara.
Felicidad no es igual a placer, ni el placer es fuente de felicidad. ¡Cuántas
veces el placer de unos tragos termina en una borrachera donde a los
borrachitos les da por llorar! ¡Cuántas veces el placer de una rica comida
termina con una acidez de estómago! El placer es válido y es bueno y Dios nos
ha dado la capacidad del placer, pero la felicidad, la alegría interior, va
mucho más lejos…
J. Jauregui
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