lunes, 30 de enero de 2017

La felicidad no está en venta




Como hoy todo se vende y todo se compra, uno también se imagina que puede comprar la felicidad, pero la felicidad ni está en venta ni se puede comprar. Hay tiendas donde se vende de todo y a todos los precios. Aún no he visto ninguna que venda la felicidad. Dicen que Dios puso una tienda con el título de “Se vende la felicidad”. Inmediatamente la gente acudió, pero se llevó una desilusión. A cada cliente, Dios le ponía en sus manos unos granos. ¡Nos has engañado! Decían algunos. Otros: “¡Así es la publicidad!” Hasta que Dios levantó la voz diciendo: “Aquí no se vende la felicidad sino las semillas de la felicidad”.

Es que la felicidad no es algo que se pone o quita como un vestido. La felicidad es algo que tiene que brotar de dentro y las bienaventuranzas que hoy nos ofrece Jesús, no son sino semillas de esa felicidad que nace del corazón.
Las bienaventuranzas no son recetas como pudiera pensarse. Las bienaventuranzas son semillas de actitudes capaces de cambiarnos interiormente y crear en nosotros una nueva experiencia de nosotros mismos y una experiencia de los demás.
Cuando decimos “bienaventurados los pobres”, ya estamos pensando en que Dios nos quiere quitar lo que tenemos, cuando en realidad lo que Dios pretende es liberarnos de nuestras esclavitudes del tener, las esclavitudes de las cosas.
Cuando nos dice bienaventurados los que lloran, no está pensando en cristianos llorones, sino en corazones capaces de compartir el sufrimiento de los demás. ¡Que eso también es fuente de felicidad! Lo único que no causa felicidad es el egoísmo de encerrarnos sobre nosotros mismos olvidándonos del resto. Eso no puede ser fuente de alegría para nadie.
Cuando nos dice que tengamos hambre de justicia y de paz, esa es otra semilla de felicidad. ¿Acaso el preocuparnos por los derechos de los demás y luchar por sus derechos no es una fuente de felicidad?
Una cosa debe quedar clara. Felicidad no es igual a placer, ni el placer es fuente de felicidad. ¡Cuántas veces el placer de unos tragos termina en una borrachera donde a los borrachitos les da por llorar! ¡Cuántas veces el placer de una rica comida termina con una acidez de estómago! El placer es válido y es bueno y Dios nos ha dado la capacidad del placer, pero la felicidad, la alegría interior, va mucho más lejos…

J. Jauregui

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