“…se quedaron asombrados de su doctrina, porque no
enseñaba como los escribas, sino con autoridad. […] Este enseñar con autoridad
es nuevo”.
La autoridad viene dada cuando
se respalda la doctrina con las obras, o
sea, no se divorcian las palabras de los hechos. Si las palabras dicen una cosa
y el actuar otra distinta, esas palabras no infunden confianza y en
consecuencia no reciben la certidumbre necesaria para tener autoridad.
Señor, tú sí que confirmas tus
palabras con las obras. Predicaste una nueva doctrina por la que igualas a
todos los hombres; ya no hay libres y esclavos, sino que todos somos libres y
hermanos. Eso lo llevas a la práctica cuando eliges a tus apóstoles de entre la
gente humilde, vas a comer con los pecadores, te mezclas en medio del pueblo
llano y no haces distinción. Predicas el amor y continuamente das prueba de ese
amor al socorrer al necesitado que tiene fe en ti y te lo pide: curas al
enfermo, limpias al leproso, resucitas al hijo único de una viuda, das de comer
a tus seguidores después de mostrar lástima por ellos…
La mayor prueba de tu amor y la suma
coherencia entre el hablar y el actuar fue el dar tu vida para salvar a la
humanidad del pecado. Nunca jamás alguien ha actuado de una manera semejante.
En este mismo pasaje increpas al
espíritu inmundo “Cállate y sal de él”.
Y el espíritu inmundo salió, te obedeció. Otra prueba de autoridad, Dios tiene
dominio sobre el pecado.
Por otra parte, la autoridad se
adquiere por el reconocimiento de los seguidores u oyentes de la persona que se
presenta como tal. Si esos seguidores no se la reconocen, en realidad no la
hay. Tus oyentes sí te la reconocieron en aquel momento: “Este enseñar con autoridad…”
Y todos tus posteriores seguidores
también te la reconocemos. Reconocemos que tú eres el único Dios y Señor de
nuestras vidas, reconocemos que has dado pruebas, más que suficientes, para
seguirte a ojos cerrados y sin cuestionar, ni por un instante, tu merecida
autoridad. Además, estamos muy orgullosos de tener una autoridad como la tuya
para que nos dirija.
Gracias, Señor, por presentarte
voluntario para ser nuestra autoridad de referencia y perdona las veces y a las
personas que no hemos sabido reconocerlo así.
Pedro José Martínez Caparrós
No hay comentarios:
Publicar un comentario