la alegría de la salvación
Frecuentemente, comentando las bienaventuranzas
(Evangelio), se pone el acento en el compromiso cristiano, sin tener en cuenta
la primera palabra que es básica y ofrece la clave para entender el conjunto
como Evangelio, “alegre noticia”: bienaventurado. Se trata de una invitación a la alegría por lo
que Dios ha hecho en nosotros y por la colaboración que estamos prestando ya,
lo que implica que caminamos hacia un futuro de plenitud, es decir, que vivimos
una vida con sentido.
Todo esto responde a la sabia pedagogía divina,
totalmente conforme con nuestra psicología y que Jesús expuso en la parábola
del Tesoro escondido: Es tanta la alegría por el tesoro que… (Mt 13,44):
primero es el don y con él la alegría por lo que se ofrece, después es la
colaboración con el don.
En el AT primero fue el don de la liberación de
Egipto, consumado con la donación de la alianza que convertía a los liberados
en pueblo de Dios, después el compromiso de guardar los mandamientos como medio
de perseverar y crecer en el don. Igualmente el NT comienza con la invitación a
la alegría, hecha a María, por el don ya recibido alégrate, llena de gracia
(Lc 1,28), después la misión aneja a él.
En nuestro caso, Dios primero ofrece el perdón de
los pecados, como consecuencia de que “quiere reinar”, y con ello un corazón
nuevo de hijo y de hermano. No sólo esto, en el momento en que Jesús dirige
estas palabras a sus discípulos, los felicita porque ya han acogido esta
invitación y están colaborando con el don, como aparece en los primeros miembros
de cada bienaventuranza. Todo esto es motivo de alegría, porque el discípulo
llegará a la plenitud del reino.
Un cristiano que vive su cristianismo triste, como
un fardo insoportable, no está evangelizado. En Hechos de los Apóstoles se lee
que Felipe evangelizó una ciudad y como consecuencia la ciudad “se llenó de
alegría” (Hch 8,4-8). Se trata de una alegría, situada en el fondo del ser, y
es compatible con las dificultades y el dolor. La alegría de saberse amado por
Dios y de vivir una vida con sentido.
En conjunto las bienaventuranzas se componen de
tres miembros, la felicitación, alusión a un estado de colaboración, y una
promesa de plenitud en el Reino futuro. El conjunto de estados de colaboración
con el don ofrece las situaciones típicas de la vida filial y fraternal. Todas
ellas implican, por una parte, dependencia, y, por otra, compromiso activo. Las
tres primeras bienaventuranzas subrayan situaciones pasivas, es decir,
el que quiere vivir como hijo y hermano tiene que depender del Padre y de los
hermanos, no puede vivir de forma totalmente independiente. La primera es tener
un corazón pobre (1ª lectura), que reconoce y vive la dependencia existencial
de la creatura respecto al Creador, del salvado respecto del Salvador, del
“siervo inútil” (Lc 17,10), del respecto del Protagonista de la salvación (2ª
lectura). Igualmente vive la dependencia respecto de los hermanos, sabiendo que
todos somos iguales, limitados y llamados a complementarnos mutuamente mediante
la solidaridad. A continuación se añaden dos situaciones especiales de
dependencia, la de la ofensa que exige perdón (mansos), y la del dolor
absurdo y ciego, sin explicación, que suscita muchos “porqués” y que pide
confiar ciegamente en el amor del Padre (los que lloran). Las otras
bienaventuranzas nos hablan de la actividad cristiana, cuya raíz ha de ser un corazón
limpio, solo motivado por la filiación y la fraternidad, y de un deseo
radical o sed y hambre de hacer la voluntad de Dios, que es la justicia que exige su don;
finalmente se nos habla del objeto de la acción cristiana, que tiene dos caras
inseparables, hacer misericordia y paz. La consecuencia de este obrar
será la persecución.
El último miembro es una exhortación a seguir
colaborando, pues se llegará a la plenitud del Reino, que es seguridad
existencial, consuelo, ver a Dios y saciarse de él, misericordia y plenitud de
la filiación. Por último hay que notar
que dos promesas, la primera y la última, se presentan en presente de
indicativo y no en futuro como las restantes. Realmente el que tiene un corazón
pobre se puede decir que ya ha llegado a la meta. Lo mismo hay que decir del
que es perseguido por hacer la voluntad de Dios.
El conjunto tiene carácter de test para evaluar si
realmente y hasta qué punto nuestra vida está evangelizada. Las
bienaventuranzas son un retrato de Jesús, el Hijo y Hermano por excelencia,
cuya filiación y fraternidad todos los discípulos compartimos.
En la Eucaristía nos unimos a él, le agradecemos el
don y le pedimos ayuda para seguir creciendo en él hasta llegar a la plenitud.
D.
Antonio Rodríguez Carmona
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