En
una somera lectura, sin apenas reflexionar, la interpretación de este pasaje
evangélico (Mt 20, 1-16) nos puede causar un cierto desacuerdo con el Maestro,
porque ¿cómo van a tener la misma recompensa aquellos que han entregado toda su
vida a vendimiar en la viña del Señor, que aquellos que se han incorporado a
última hora?, ¿cómo van a ser iguales ante Dios aquel misionero, que derrite su
vida en la tórrida selva intentando llevar consuelo material y espiritual a los
nativos, que aquel otro traficante de armas, droga, mujeres, etc., que aniquila
las vidas de esos mismos nativos para beneficio propio? Parece que no es justo
que tenga la misma recompensa, el mismo denario, unos seres que están en
clausura toda una vida rezando por los demás, que los que toda una vida son
unos disolutos y entregados al vicio. Pues sí al final unos y otros tendrán el
mismo denario: la Redención. ¿Entonces?
Pues
cambiemos el punto de vista, no miremos con nuestros ojos humanos, sino
hagámoslo con el punto de vista de Dios. Es que los planes y formas de pensar
de Dios son muy distantes y distintos a la de los hombres. No se trata de la
paga o “jornal” que se va a recibir al final, pues será el mismo, sino de la “llamada”,
lo importante es ser llamados, en la llamada está el “quid” de la cuestión. La
ventaja la tienen los que han sido llamados los primeros, ellos son los que van
a gozar toda su vida del privilegio de haber sido llamados antes, tendrán el
privilegio de trabajar más tiempo en la viña del Señor, tendrán más tiempo
recibiendo las gracias divinas.
A
ver si con un ejemplo humano, que es lo que entendemos, aclaramos algo la idea
divina, que nos cuesta más entender. Imaginemos un matrimonio que han tenido un
hijo natural y mucho tiempo después, a los 20 o 30 años, deciden adoptar otro.
Al final de la vida de esos padres los dos hijos recibirán la misma herencia,
ambos tendrán el mismo valor de las cosas materiales y dinero que les dejen,
pero ¿quién habrá recibido a lo largo de su vida más mimos, caricias, amor,
desvelos, risas o llantos de su padres? ¿Cuál de los dos habrá tenido más
oportunidad de mirar por los padres?, ¿cuál de los dos habrá tenido más
oportunidades para mostrar el respeto, cariño, amor y agradecimiento debidos?
¿Quién ha gozado más tiempo de la presencia de los padres? En el fondo
deberíamos valorar estas últimas cosas inmateriales más, nos deberían llenar
más que aquellas otras materiales.
Por
tanto demos gracias a Dios por habernos dado más oportunidades, démosle las
gracias por haber sido llamados antes, por habernos dado más tiempo para
trabajar en su viña. No sintamos envidia de los que también hayan sido
agraciados con la muerte de Jesús, aunque haya sido a última hora y por
casualidad, sino alegrémonos con ellos. No censuremos la misericordia divina ni
nos resintamos con aquellos que también la reciben y se aprovechan de la misma.
Goza de tu porción de tiempo.
Pedro
José Martínez Caparrós
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