Los discípulos le han oído
a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al
Padre por los que los persiguen, el perdón a quien les hace daño. Seguramente
les parece un mensaje extraordinario, pero poco realista y muy problemático.
Pedro se acerca ahora a
Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos,
resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias,
enfrentamientos y conflictos. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de
seguidores que caminan tras sus pasos? En concreto: «¿Cuántas veces he
de perdonar a mi hermano cuando me ofenda?».
Antes de que Jesús le
responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia
sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una
generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad
judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos
esenios, que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.
Sin embargo, Pedro se sigue
moviendo en el plano de la casuística judía, donde se prescribe el perdón como
arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de
la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.
La respuesta de Jesús
exige ponernos en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te
digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido
llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está
perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu
que ha de reinar entre sus seguidores.
Entre los judíos era
conocido el «Canto de venganza» de Lámec, un legendario héroe del desierto, que
decía así: «Caín será vengado siete veces, pero Lámec será vengado setenta
veces siete». Frente a esta cultura de la venganza sin límites, Jesús propone
el perdón sin límites entre sus seguidores.
Las diferentes posiciones
ante el Concilio han ido provocando en el interior de la Iglesia conflictos y
enfrentamientos a veces muy dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos
y las calumnias son frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se
dicen cristianos se sirven de Internet para sembrar agresividad y odio,
destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.
Necesitamos urgentemente
testigos de Jesús que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien
con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta
obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.
Ed. Buenas noticias
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