Perdónanos, pues perdonamos.
Esta parábola es un
comentario a la petición de perdón del Padrenuestro, donde Jesús presenta en forma de oración los
elementos más importantes de su mensaje sobre la paternidad de Dios y de su
Reino. Mateo, en su evangelio, la inserta en un contexto concreto de la
predicación sobre el reino de Dios, que es el de las condiciones de vida de la Iglesia, el capítulo 18 llamado “Discurso
eclesial”.
La expresión hebrea abstracta Reino de Dios hay que entenderla en sentido concreto de acuerdo con
la mentalidad judía, para la que decir Reino
de Dios equivale a decir que Dios
reina, es decir, ejerce su poder salvador aquí y ahora. La Iglesia nace
como consecuencia del comienzo del Reino y a su servicio, pues es un grupo
numeroso que ya está experimentando el poder salvador de Dios, son hijos de
Dios y hermanos entre ellos, son la familia de Jesús y el signo visible del
Reino de Dios en la historia.
Condición indispensable
para que sea posible esta realidad es el
perdón, pues ¿cómo será posible vivir en amistad con Dios padre si lo ofendemos
continuamente? Es posible porque Dios nos perdona continuamente; ¿cómo será
posible vivir fraternalmente entre nosotros si nos ofendemos continuamente? Es
posible porque nos perdonamos continuamente. El perdón por parte de Dios está
asegurado, cuando se pide con las debidas condiciones y una de ellas es el
perdón al hermano: Así hará mi Padre
celestial con vosotros si cada uno no perdona a su hermano de corazón (Mt
18,35).
La parábola compara dos
perdones totalmente diferentes. A la primera deuda, que evoca el perdón de
Dios, se le asignan 10.000 talentos, cantidad desorbitada en aquella época que
el deudor nunca podrá pagar. Es
difícil ofrecer equivalencias de monedas, especialmente cuando se trata de
monedas antiguas, pues se trata de sistemas cambiantes y, por otra parte, la
cantidad hay que verla en su contexto económico concreto. No es lo mismo tener
100 ptas en 1950 que su equivalente 6 euros en 2011. 10.000 talentos equivalen aproximadamente a 4.520.000 euros,
unos 75 millones de ptas. oro de aquella época. A la segunda
deuda se le asignan 100 denarios, cantidad irrisoria al lado de la anterior,
pues equivalía a 7,53 euros, unas 1.250 ptas
oro. Se trata de una deuda, que el deudor podría
pagar, pues en aquella época un denario equivalía al salario de un día. Es una
invitación a tomar conciencia de la ofensa a Dios, en un tiempo en que se ha
perdido el sentido de pecado.
Hay
que tomar conciencia de la diferencia existente entre la deuda a Dios y la del prójimo. Jesús, en el Padrenuestro, emplea el
término deuda (Mt 6,12), sugiriendo
con ello que entiende el pecado como
algo que debíamos dar a Dios y no lo hemos dado. Tenemos que dar a Dios amor “con todo el corazón, con toda el alma, con
todas las fuerzas” (Mt 22,37), cosa que no hacemos porque por nuestros pecados positivos y por nuestras
omisiones nunca llegamos al todo; por
otra parte, “pertenecemos totalmente a
Jesús”, como recuerda Pablo (segunda lectura), cosa que tampoco realizamos.
En cambio la deuda al prójimo es diferente, pues la regla es
“amarlo como a uno mismo”, regla que exige esfuerzo pero a nuestro alcance con
la gracia de Dios, ya que el perdón divino nos capacita para ello. El perdón
divino reconstruye la persona y le da un corazón de carne capaz de amar y
perdonar al hermano. Pero no es un perdón mágico, sino que necesita que la
persona acoja la misericordia divina, se deje transformar y lo manifieste en el
perdón del hermano.
Todo esto no es
cuestión de “sentir”. Normalmente no se siente nada cuando se recibe el perdón
de Dios, pero se tiene la certeza de haberlo recibido y de estar capacitado
para perdonar. Igualmente perdonar al hermano no es cuestión de sentir. Las
ofensas suelen dejar en muchas personas una herida psicológica que es difícil
de curar, aunque el paso del tiempo la va debilitando e incluso puede llegar a
desaparecer. Perdonar es obrar con el hermano buscando su bien e impidiendo que
el recuerdo de la ofensa interfiera en la decisión.
Todas las lecturas
son un canto a la misericordia de Dios que perdona y transforma. En la
Eucaristía se celebra de forma especial esta misericordia y sus frutos.
Comenzamos pidiendo perdón de nuestras deudas, nos damos la paz como expresión
de amor fraternal, nos ofrecemos al Padre todos
unidos en Jesús, comulgamos con Jesús y con todos los hermanos.
Dr. Don Antonio Rodríguez
Carmona
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