La
Iglesia es santa y pecadora.
Postura
ante el pecado: corrección fraterna
La Iglesia es a la vez santa y pecadora. Es importante
mantener siempre ambos extremos, pues si nos que damos sólo con el primero se
puede caer en una secta puritana y si nos quedamos sólo con el segundo en el pesimismo.
Es santa porque
está compuesta por personas convocadas
por Jesús para hacer la voluntad del Padre, personas incorporadas por el
Espíritu Santo en el bautismo a Cristo resucitado, personas que se reúnen en el
nombre de Jesús donde él está dinámicamente presente (Evangelio), por lo que
forman la familia de Dios padre y son templo vivo de Dios. El Espíritu Santo,
que es alma de la Iglesia, la ayuda a crecer constantemente en la realización
de su vocación, que es la santificación creciente, que se resume en crecer en
el amor (segunda lectura cf. 1 Tes 4,3).
Pero también es pecadora. Basta apelar a nuestra experiencia de cada
día. Es interesante constatar que en el evangelio de Mateo, siempre que Jesús
habla de hermano, lo hace en contexto de ofensa o perdón, es decir, Jesús tiene
una idea muy real de lo que somos sus discípulos (5,22.23-24; 7,4-5;
18,15.21.35). Esto explica el interés de Mt por las situaciones de mezcla
(trigo y cizaña, peces buenos y malos, vírgenes sabias y necias, invitados al
banquete con o sin vestido de fiesta...).
¿Qué hacer ante el pecado del hermano? Jesús nos ofrece
una serie de normas para afrontar la situación: Hay que amar siempre al hermano pecador; aunque peque, no deja de ser
hermano. Hay que ver la manera de salvar al hermano que comete el mal,
pues no es voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, de que perezca
ninguno de los pequeños (Mt 18,14). No hay que condenarlo como
definitivamente perdido y sin remedio: No juzguéis y no seréis juzgados (Mt
7,1); la razón es que no conocemos suficientemente el corazón del hombre y nos
exponemos a arrancar trigo, creyendo que arrancamos cizaña. Esta tarea se la
reserva Jesús en el juicio final (Mt 13,28-30). Queda totalmente excluida la
crítica negativa y despiadada, que sólo es expresión de envidia y falta de
amor. Una madre puede reconocer el
pecado de su hijo, pero jamás se dedicará a darlo a conocer. Finalmente la
corrección fraterna y el perdón. El
Evangelio de hoy subraya la corrección fraterna y el del próximo domingo
hablará del perdón.
La corrección fraterna
es importante en la vida cristiana. Ante el pecado del hermano no vale quedar
impasible, si realmente se le ama, pues se está autodestruyendo. En la 1ª
lectura el texto de Ezequiel recuerda que somos corresponsables del hermano y
obligados a corregirle. Jesús igualmente nos manda la corrección fraterna,
que hay que hacer de la forma más
delicada posible, buscando sólo el bien del hermano; de aquí la gradación que
propone. A veces no da resultado, porque no se hace con amor y todos tenemos un
quinto sentido que capta el sentimiento del corazón por encima de las palabras
más o menos correctas o amables con que se corrige. No se trata de corregir cualquier desvío
pequeño, sino algo grave, que puede hacer daño a la comunidad. Por eso, si
tampoco diere oídos a la comunidad eclesial, míralo como al gentil o publicano o no perteneciente de hecho a la comunidad,
puesto que realmente se ha autoexcluido de ella con su
comportamiento. Os digo con toda verdad que cuánto atareis sobre la tierra,
será atado en el cielo, y cuanto desatareis sobre la tierra, será desatado en
el cielo (Mt 18,17b-18).
La comunidad cristiana tiene que caminar de forma
realista, consciente de la presencia del Espíritu que la santifica y la empuja
a luchar siempre contra el pecado presente en ella.
En esta tarea la Eucaristía tiene un papel importante,
pues en cada celebración el Espíritu nos purifica y fortalece para hacer de
nuestra existencia un sacrificio existencial, unido al de Cristo.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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