viernes, 1 de septiembre de 2017

XXII Domingo del Tiempo Ordinario




Seguir a Jesús es condición para formar parte de la Iglesia

        La Iglesia no es una ONG cualquiera sino un grupo de convocados por Jesús resucitado para que lo sigan por el camino que él ha determinado y este camino es el mismo que él siguió, el del amor total al Padre y a los hermanos, que lo llevó a la muerte y resurrección. Realmente Jesús resucitado nos convoca para compartir su resurrección y gloria y para ello nos convoca ahora para amar como el amó. Para esto es la Iglesia o convocatoria.

        Hay que tener claro quién es el que nos convoca, Cristo resucitado. Hay quien dice que sigue a Jesús de Nazaret, hay quien dice que a Cristo, el Señor. Las dos afirmaciones son correctas, siempre que las entendemos de Jesús resucitado. Entender Jesús de Nazaret restringiendo su obra a su actuación histórica en Palestina, prescindiendo de su resurrección, no tiene sentido. Si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe, seguimos en nuestros pecados (1 Cor 15,17). Los cristianos no seguimos a un simple maestro de sabiduría. El problema de la humanidad no es de consejos y máximas de sabiduría. Los grandes almacenes de consejos están bien surtidos. Lo que necesita la humanidad es una persona que cambie y transforme el corazón humano, posibilitando la felicidad total y ésta es la aportación de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó, el viviente que ahora nos convoca. Los cristianos seguimos a un Viviente, no a un muerto memorable por sus enseñanzas.

        Para conseguir el objetivo de la convocatoria, Jesús nos dice que tenemos que seguir el camino que él siguió y que lo llevó a la resurrección. Consiste en negarse a sí mismo, es decir, no vivir centrado en los propios intereses personales sino en los intereses del Reino de Dios, siendo un des-centrado como lo fue Jesús. No significa esto que descuidemos nuestras obligaciones con nosotros mismos y con los nuestros, sino que las subordinemos a los intereses actuales del Reino de Dios, que en resumidas cuentas no son más que trabajar de forma concreta por un mundo mejor. Este “negarse” hay que llevarlo a cabo con toda seriedad, incluso hasta la muerte, si fuere el caso. Éste es el sentido de la frase tomar su cruz, frase que a veces devaluamos, llamando cruz a cualquier cosa. Cruz es un instrumento de muerte que toma sobre sí el reo condenado a muerte.

Vivir de esta manera es realmente el único modo de “hacer el listo” en nuestro mundo concreto, en cuyo ambiente domina la idea de un “hacer el listo”, centrado en el egoísmo que pisotea y oprime a los demás y considera lo contrario como “hacer el tonto”. Al final todos seremos juzgados de amor y entonces aparecerá quién fue realmente sabio y quien necio.

Es una manera de vivir que a veces se hace cuesta arriba y tiene sus dificultades, incluso viene la tentación de dejarla (primera lectura), pero, que es posible con la ayuda del Señor que nunca pide imposibles.

Es interesante tener en cuenta el contexto en que Jesús dirigió esta enseñanza a sus discípulos, después de la confesión de Pedro, que lo reconoce como Mesías. Jesús le manda no decirlo a nadie porque se trata de un título ambiguo, que puede entenderse en sentido religioso-nacionalista o en sentido del Siervo de Yahvé. Jesús les explica que hay que entenderlo en este segundo sentido, anunciando su muerte y resurrección; a continuación, invita a todos los que hasta ese momento lo seguían, a renovar el seguimiento sabiendo a qué tipo de Mesías siguen.

Este tipo de seguimiento es el “sacrificio espiritual” (segunda lectura) que ofrecemos al Padre en la Eucaristía, el único que podemos unir al ofrecimiento de Jesús.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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