La Fe que agrada a Dios
Una mujer se acerca a Jesús, le reconoce como el Mesías pues le llama: Hijo
de David. Es una Cananea, no perteneciente pues al pueblo elegido y representa
a toda la humanidad salvada por Él: gentes de todo pueblo raza y nación como
profetiza el Apocalipsis. (Ap 7,9).
Bebamos de uno de los pozos de este pasaje evangélico.
Esta mujer ha profesado, como hemos dicho, su fe en Jesús, con su boca. No
está mal, pero aún insuficiente, si su fe no está arraigada en su corazón, como
dice el mismo Jesús (Mt 15,8), queda estéril.
Jesús va a trabajar en ella. Los israelitas llaman perros a los que no son
hijos del pueblo elegido. Jesús se dirige a la mujer con el término suavizado:
perritos, que indica cierta cercanía; ella, lejos de marcar distancias con Él,
se sirve de algo que distingue el verdadero amor de una persona a Dios: la
audacia... sin ella no hubiésemos tenido a Moisés, Jeremías... ni, por
supuesto, a ninguno de los Santos que conocemos; así pues le dice a Jesús que
también los perritos tienen derecho a ser atendidos y amados por Dios; a
continuación le pide la curación de su hija. Jesús accede, la cura y proclama:
¡Qué grande es tu fe! Sí, esta es la fe que agrada a Dios... la que arraiga en
el corazón.
P. Antonio Pavía -Misionero
Comboniano-
https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/
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