Voy con las riendas tensas y
refrenando el vuelo.
Porque no es lo que importa llegar
solo ni pronto,
sino llegar con todos y a tiempo.
León Felipe
(1884-1968)
Cuando en Junio de 1967 visité la Heriot-Watt University en Edimburgo poco podía pensar que en aquel mismo año había nacido en Escocia y en la misma ciudad Carl Honoré que había de ser y conocer como una de las figuras más importantes del “slow movement” que lucha “contra el acelerado ritmo de vida actual”. El mundo se mueve con más rapidez que nunca. Nos esforzamos por hacer las cosas más deprisa para ser más eficientes, pero pagamos un precio muy alto por someternos a un ritmo de vida vertiginoso y descontrolado y lo pagamos con la ausencia del sabor y del placer de la contemplación. Tal vez, dice, necesitamos recuperar ese arte tan humano que es la lentitud. Gandhi también nos dice que en la vida hay algo más importante que incrementar su velocidad. Desde 2005 tenemos ya traducido por RBA el libro sobre Elogio de la Lentitud que en su versión original mereció el título de In Praise of Slow. Los teólogos también tienen algo que decir. Fragmenta Editorial ha publicado recientemente un libro de José Tolentino sobre la Teología de la Lentitud. Su primer capítulo nos abre al arte de la lentitud pero sin llegar a la teología de la misma: “Pasamos a vivir en un espacio abierto, sin paredes, sin márgenes, sin días diferentes, sin rituales transformadores”. Tal vez, dice, necesitamos recuperar el arte de la lentitud, “no queremos perder el tiempo; queremos alcanzar las metas lo más rápidamente posible; los procesos nos desgastan, las preguntas nos retrasan, los sentimientos son un puro despilfarro; nos dicen que lo que más importa son los resultados. El ritmo de las actividades se ha tornado despiadadamente inhumano”. En la rapidez se nos escapan los detalles que podrían enriquecer nuestras acciones y pasiones. No nos damos cuenta tampoco de los valores intangibles y pasamos de largo sin contemplar de cerca o de lejos la profundidad de las cosas y de su interacción entre ellas. |
Qué puede pensar la teología de todo esto. Qué diría
la lógica del proyecto divino a este desenfreno de la excesiva velocidad y
competitividad con tantos escapes de felicidad que nos alejan de la consciencia
de los pequeños tránsitos de sentido, las variaciones de sabor y sus minucias
fascinantes para poder palpar lo íntimo y diverso de la vida misma. Aunque el
programador no tiene prisa, nosotros, a través de nuevos métodos y a toda
prisa, quitamos el trabajo a los demás robotizando sus
rutinas. Muchos ni siquiera tienen la necesidad de dejar de tener prisa, porque
no tienen nada que hacer, y al mismo tiempo no tenemos prisa para que tengan la
oportunidad de disfrutar de la lentitud a través de un trabajo estable. Les
sobra tiempo y no saben qué hacer con él.
La vida nos permite robotizar lo
repetitivo, aumentar la productividad, pero no nos preocupa encontrar
alternativas a los parados que no necesitan más lentitud sino dinamismo y
creatividad. La evolución del cosmos físico y humano es un proceso lento de
millones de años, bajo la mirada creativa del Creador del Universo que
no nos da las cosas hechas. Asegura las estructuras y el soporte y en ello no
hay que forzar nada sino insistir que, con medida, apoyemos su
crecimiento sin excesiva rapidez pero sin excesiva lentitud. El proyecto no
quiere que algunos trabajen demasiado rápido para aumentar excesivamente la
productividad, y otros trabajan muy poco aumentando en exceso su fatal
disponibilidad.
Desearíamos que el proyecto divino fuera más rápido, pero su promotor quiere que a través de la inteligencia, la libertad y la paciencia encontremos y lleguemos donde quiere que lleguemos, a un espacio lleno de posibilidades, para contemplar y gozar de un nuevo cielo y una nueva tierra, sin dejar de disfrutar de una lentitud rica que nos llenará de sentido. En ese reino no cabrán las prisas, sino la satisfacción de tantos deseos acumulados y jamás conseguidos.
Desearíamos que el proyecto divino fuera más rápido, pero su promotor quiere que a través de la inteligencia, la libertad y la paciencia encontremos y lleguemos donde quiere que lleguemos, a un espacio lleno de posibilidades, para contemplar y gozar de un nuevo cielo y una nueva tierra, sin dejar de disfrutar de una lentitud rica que nos llenará de sentido. En ese reino no cabrán las prisas, sino la satisfacción de tantos deseos acumulados y jamás conseguidos.
Salvador Guasch
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