Despiertan
a Jesús y se encuentra ante la tempestad del viento y el lago y ante la
tempestad de la falta de fe de los suyos. Lógicamente tendría que actuar por
orden de prioridad y por eso lo primero que hizo fue calmar a los elementos,
que inmediatamente obedecieron. Ya en calma el temporal es cuando censura a los
acompañantes de cobardes y faltos de fe.
Quizá
nuestra lógica humana hubiera empezado al contrario: Tranquilizaos, no os
preocupéis, estáis conmigo y después solucionamos la causa del miedo.
Pues
ante nuestras tempestades los cristianos tendremos que invertir los términos.
Primero buscar las causas de nuestras tormentas, apaciguarlas y ya una vez a
bien consigo mismo, en calma y tranquilidad, sin nada que nos atormente, ponernos
en manos de Jesús. Darle las gracias por estar ahí durmiendo a nuestro lado,
arrepentirnos de nuestra necedad y pedirle que aumente nuestra fe. Difícilmente
entraremos en oración sin tranquilidad, sosiego y calma.
Pedro José Martínez Caparrós
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