Es un fenómeno creciente que cada año nos vuelve a sorprender. Y un motivo
de alegría que nos llena de esperanza a la comunidad cristiana. Es cierto que
hay algunos pocos que deciden salirse de la Iglesia por motivos personales o
jaleados por algunos grupos de conocidas siglas políticas. Siempre sentimos que
haya personas que toman esa decisión, y con el debido respeto tratamos de
dialogar con ellas intentando una clarificación que pueda disuadirles ante un
motivo infundado o tendenciosamente instigado, si bien para salir propiamente
de la Iglesia, hay que haber entrado en ella, y en la mayoría de los casos se
trata de gente que no ha tenido una vivencia ni una convivencia con lo que a
todos los efectos significa pertenecer a la comunidad cristiana.
Pero en la Iglesia asturiana llevamos ya varios años trabajando el así
llamado “catecumenado de adultos”. Hace décadas la sociedad era
mayoritariamente católica, y todo se vivía a la luz de lo que significa nuestra
fe y nuestra cultura cristiana. Incluso nuestros torpes momentos, nuestras
incoherencias y pecados, tenían un trasfondo moral creyente, como quien sabe lo
que debe hacer y, eventualmente, pide perdón cuando se distancia ofendiendo a
Dios y haciendo daño a los hermanos. Pero había una conciencia cristiana en
todas las cosas, para gozarlas y compartirlas cuando vivíamos con paz nuestro
modo de ser, para restaurarlas y perdonarlas cuando las llegábamos a
traicionar.
Así hemos crecido tantos de nosotros, con nuestros altibajos agridulces y
claroscuros. Pero, tal vez, haya habido ya generaciones de hombres y mujeres
que no han sido bautizados al poco de nacer, o que sólo fueron bautizados sin
que luego se haya dado una continuidad en su crecimiento cristiano, o que su
último contacto con la doctrina de la Iglesia se remonte a la catequesis de
primera comunión tan lejana. Y entonces tenemos a muchas personas que serían
objeto de un acompañamiento especial cuando ante el encuentro con Jesús por
misteriosos caminos de la Providencia, deciden bautizarse como adultos, y hacer
su primera comunión y recibir el sacramento de la confirmación. Este es el
fenómeno creciente que nos sigue sorprendiendo.
En las diversas zonas de la diócesis de Oviedo se han organizado grupos
catecumenales de adultos, con unas catequesis adecuadas para acompañar ese
primer anuncio cristiano, esos primeros pasos en personas de distinta edad,
mayormente jóvenes adultos, que ya no son niños ni adolescentes. Y puedo decir
que me llena de alegría saber que hay una demanda de autenticidad en su vida de
fe apenas descubierta o redescubierta de otra manera. Es entonces cuando nos
piden ayuda y acompañamiento, y los párrocos, las religiosas y los catequistas,
se esmeran en salir al encuentro de estos hermanos que piden su pertenencia a la
Iglesia, con la libertad y el asombro como sucedía con los primeros cristianos
que llenos de estupor llenaban las ciudades de una alegría verdadera.
El Señor sabe cómo se hace encontradizo, cómo habla al corazón de las
personas, valiéndose de diversas circunstancias para suscitar inquietudes,
preguntas que reclaman una mirada a la bondad, a la verdad y a la belleza, en
medio de una sociedad que con frecuencia se desliza a la maldad que pervierte,
o la mentira que engaña, o lo horrendo que nos afea las cosas. Muchas veces el
punto de partida para ese reclamo ha sido el testimonio sencillo y cotidiano de
un cristiano en su ámbito familiar, laboral, político, cultural que, por su
forma de vivir, de mirar y de abrazar las cosas suscita una curiosidad que
mueve a interrogarse sobre cuál es su secreto. Y no es otro que esa belleza de
la vida cristiana que nos hace bondadosos y verdaderos. Hace unos días, pudimos
bautizar, dar la comunión y confirmar a un grupo de 240 catecúmenos en la
Catedral. Es una buena noticia que debemos contar para que el Padre Dios sea
glorificado, como nos dijo Jesús.
+ Jesús Sanz Montes
Arzobispo de Oviedo
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