No ha sido una rueda de prensa al uso. Tampoco se trataba de una
presentación de un libro novedoso o de una agenda de efemérides planetarias.
Delante de todos los medios de comunicación convocados, y detrás de los
micrófonos, las cámaras y los cuadernos de los periodistas había un antiguo
capellán militar, que trabajó en las milicias castrenses en su país de Ucrania,
y que es obispo desde 2021. Fue el obispo más joven del mundo, con 38 años,
como sucediera con San Juan Pablo II. Hablamos de Mons. Stepan Sus, obispo
auxiliar de Kiev-Galitzia, junto al Arzobispo Mayor y de toda la Rus como
Primado de la Iglesia greco-católica ucraniana. Ahora ejerce también como
responsable de los católicos ucranianos que están en tantas diásporas por el
mundo. Nos ha visitado hace sólo unos días. El trasfondo es duro y devastador,
con la voladura de la presa Kajovka, junto al río Dniéper que ha inundado 600
km cuadrados, anegando pueblos y campos.
Pude tener un encuentro personal con él antes de la cita con los
periodistas, donde abordamos algunas cosas más personales, dentro de su joven e
intensa biografía. La labor de acompañamiento de sus compatriotas que han
debido dejar casas, tierras, lengua, costumbres y expresiones de la fe, no se
refiere a los ucranianos que han venido a estas tierras occidentales de Europa
o de América buscando trabajo y mejoría de sus condiciones, sino que han huido
del infierno de una guerra absurda, como sucede en todas las guerras.
Cuando estalló el conflicto que Rusia ha impuesto al pueblo ucraniano con
una invasión injusta y tan destructiva y violenta, tantos países de nuestro
entorno abrieron sus puertas para acoger esa caravana inmensa de exiliados en
busca de un refugio al abrigo de un cielo que no escupiera bombas ni lo
sobrevolasen los drones cainitas que destruían cuanto por doquier encontraban:
tanto las personas, como sus casas y campos, así como lo que representaba su
historia milenaria.
Ese mismo día, 24 febrero 2022, me acerqué a la comunidad ucraniana que
vive en Asturias, para abrirles mi corazón como padre y las puertas de nuestra
caridad más solidaria. Junto al afecto mostrado en la cercanía de un abrazo
fraterno y en las oraciones más sinceras pidiendo el don de la paz, también
brindábamos lo que somos y tenemos los cristianos astures para acoger entre
todos a cuantos pudieran hasta aquí allegarse. Y unos pocos nos han ido
llegando a través de familiares y amigos, mientras son acompañados por un
sacerdote ucraniano que trabaja aquí, el padre Stepan Uhryn, al que tanto
agradezco también su preciosa tarea entre nosotros.
En este hermano obispo, Mons. Stepan Sus, he descubierto la pasión por sus
compatriotas y por su misma patria amando la tierra en donde la vida y la fe
han sido abrazadas. No idolatran una geografía ni mitifican una historia,
pero defienden la identidad que les hace ser quienes son en medio de la
invasión y la terrible beligerancia. Su excelente preparación se refleja en el
trabajo de máster en filosofía: «El hombre en el contexto de la comunicación
interpersonal: Dietrich von Hildebrand y Emmanuel Levinas», y en el máster en
teología: «Capellanía militar a la luz del Concilio Vaticano II».
Como capellán militar animó a soldados y oficiales a trabajar en su difícil
campo con un horizonte cristiano. Máxime en este contexto actual que ya se hace
largo y pesado desde que explotó el conflicto. Trabaja ahora como obispo
animando y sosteniendo a los sacerdotes y laicos que en tantos lugares
sobreviven entre el miedo y la esperanza. Es una guerra que no han perdido los
ucranianos ni han ganado los rusos, como nos decía Mons. Stepan. Por eso se
necesita de toda nuestra ayuda. Con un corazón conmovido nos agradece la mucha
que les hemos prestado de tantas formas. Son los drones de la paz que tanto
necesitamos. Haznos, Señor, instrumentos de tu paz, donde haya odio, pongamos
amor, como decía san Francisco de Asís.
+Jesús Sanz
Montes
Arzobispo de Oviedo
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