Sucede siempre, cuando el Evangelio de Jesús no es más que un florero ornamental que no influye gran cosa en nuestra vida. Hoy vemos a Jesús reticente a hacer un milagro que una mujer le pide para su hija. Esta mujer, que no es hija de Israel sino cananea, anuncia sin saberlo, que Jesús es la "Luz de las naciones, como profetizó Isaías. (Is 49,6). Ella ilumina profundamente nuestra relación con Jesús. El amor por su hija hace que olvidándose de sí misma, insista a Jesús para que la libere del demonio Jesús la escuchó e hizo el favor milagro.
Así son, o somos, los discípulos de Jesús. Olvidándonos de nosotros mismos, crecemos en la fe que agrada a Dios. Fe que hace de nosotros pequeñas luces en el mundo que permite a muchas personas, esclavizadas por el mal, levantar los ojos hacia nuestro - y su - Maestro y Señor, Luz de sus corazones (Mt 5,14).
P. Antonio Pavía
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