Después de que el Salmista confesara que, aunque le agobie el mar de la incredulidad, sabe que Dios extenderá su mano para fortalecer su fe, en un arrebato de amor le dice: ¿No te tengo a ti en el cielo? Entonces: ¿Que me importa la tierra?
Este hombre que tiene su corazón en Dios, nos recuerda a una de las vírgenes sabías anunciadas por Jesús. A pesar de sus tinieblas, tienen a punto el aceite para encender su lámpara ante Jesús que se acerca (Mt 25, 1…).
Volvemos al salmista y ante su percepción de la cercanía de Dios proclama exultante: "Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio" Está declaración es toda una profesión de fe, un canto de victoria sobre el mal.
Como nosotros ha tenido un buen número de cartas para afianzar su vida. Todas parecen atrayentes pero nuestro amigo escogió la que le preparaba para dar el "Salto a la Vida”: Estar en este mundo con Dios y Dios con Él.
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