jueves, 11 de abril de 2024

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)

 

Seguro que la mayoría de los que inicien la lectura de esta mi reflexión sobre este versículo evangélico se ha perdido alguna vez, se han encontrado inmersos en la angustia de haberse desorientado, bien en una excursión por el campo, bien en una ciudad. Incluso con el GPS en la mano o en el salpicadero del coche, a veces, no hemos encontrado el camino. ¿Quién no ha visto alguno de esos vídeos que circulan por las redes sociales en los que un conductor ha llegado al sitio más inhóspito o insospechado siguiendo la orientación de esa monótona voz? Se ve que somos más torpes de lo que nos creemos.

Pues bien, en el caminar diario por la vida espiritual alguna vez nos ha podido pasar que nos hayamos desviado del itinerario emprendido, pero jamás será porque el GPS haya fallado. Siempre, siempre que hayamos acudido a Jesús nunca nos ha perdido, continuamente tiene el buen consejo orientador. Además, no sé cómo se las apaña, con la cantidad de personas que le piden orientación y consejo a la vez y a todas atiende en el instante, nunca nos deja a la espera porque está atendiendo un caso muy urgente. Cuando lo llamamos nunca tiene el teléfono apagado o fuera de cobertura. ¿Por qué? Porque él es el camino, siguiéndolo nunca erramos nuestros pasos. Pero no un camino, no, sino el camino por antonomasia, el camino de verdad, el que no nos falla en la vida. Pues ya estamos perdiendo tiempo para reiniciar el GPS que nunca nos desorientará, ése que siempre tiene cobertura estemos donde estemos. Por difícil que sea nuestra desorientación nos encontrará la única salida verdadera.

Y no digamos si hablamos de la verdad. Cuántos bulos. Él no nos engaña. Ni siquiera tiene medias verdades o mentiras piadosas a las que nosotros tantas veces nos acogemos y además queremos convencer de que es por el bien del engañado. Por no hacerle sufrir. Mentiras para no vernos en la vergüenza de quedar desairados ante la verdad. Pues con Jesús tampoco nunca nos pasará eso porque también él es la verdad por antonomasia.

¿Y vida? Con la poca salud que tenemos, que un mal resfriado nos lleva. También él es la vida por antonomasia. Estando con él nuestra alma rebosará salud. Pero como somos humanos tan débiles con suma frecuencia pillamos las enfermedades más insospechadas, a veces hasta mortales. Pues también para estos casos nos ha dejado el remedio. La medicina se llama confesionario. Acudimos sin cita y salimos sin rastro de enfermedad.

 Y es que no nos falla en nada, está en todo y nosotros tan torpes creyéndonos… dándonoslas…

 


Pedro José Martínez Caparrós


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