jueves, 11 de julio de 2013

QUERIDO JUAN

Discípulo es aquel que da al Señor Jesús la libertad para que eche mano de su fantasía a fin de poder  hacer su obra en él. Y es que todo amor que se precie, y mucho más si estamos hablando del amor de Dios, debe tener su toque de fantasía.


 

Hoy pensaba en ti y quise escribirte ¿Sabes? Me duele tu vida. Sé que tu nacimiento fue la “cuna” de nuestra salvación; que no debías vivir como nosotros, que tu paso por la tierra fue fugaz… Que en lo mejor de tus años te mataron y yo me pregunto ¿Por qué Dios?

Tú sabías de su muerte tan estúpida, tan horrorosamente mundana…

Solo, encadenado en una mazmorra fría y nauseabunda, sin padres ni hermanos que te consolaran… Decapitado a espada en el más oscuro silencio por orden de Herodes; y en su fiesta, servir tu cabeza llena de terror en una bandeja de plata…  

No sé qué significa, no lo sé y tantas veces lo he pensado… Eras el amor de Dios, el hijo deseado de tus padres santos, fuiste tanto y en tan poco desapareciste… Y yo me pregunto ¿Por qué Dios?

Porteador amado de sus designios y victima odiada de nuestros caprichos… Una vida humana entregada al hombre en plena juventud… Pero no eras Dios y “decidieron” para ti, tu vida terrenal… Atado de pies y manos para el mundo sin poder evitar tu muerte… Y yo me pregunto ¿Por qué Dios?

Tu legado es preciosísimo; tus palabras escritas por los evangelistas, la humildad personificada; tu amor por las almas, la respuesta a tu existencia. Y yo me pregunto ¿Enviaste un ángel humano, Dios?

Mi Juan querido, mi joven muchacho… Tu muerte fuera como fuere, convierte mis lágrimas en amor por ti. Si algún día estamos juntos, dime que fuiste feliz, que tu labor había terminado, que no sentiste dolor, que querías irte con tu Padre… Que naciste para que yo te imitara porque yo, Juan, no soy un ángel enviado y sólo puedo aprender de ti.

¡Gracias por tus Santos bautismos, gracias por tu Santa vida!

¡Gracias Dios!

Emma Díez Lobo       

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