Siempre que he leído esta parábola, Señor, me he fijado y meditado
acerca del tipo de tierra en la que cayó la semilla; igualmente, cuando he analizado o escuchado alguna reflexión sobre la misma, el exegeta ha incidido
en los tipos de tierra.
He reflexionado sobre ello, de pronto, he tenido otra visión.
Acudió a ti tanta gente que te tuviste que subir a una barca para que
todos te escucharan y en este contexto dices: “Salió el sembrador a sembrar.”
El sembrador, Tú, esparces
tu semilla, tu doctrina, generosamente a todo tipo de personas, no eres
elitista ni haces distinciones entre el variado auditorio, quieres que llegue
al universo entero sin importarte la disposición del receptor, es más, a
sabiendas, esparces la semilla fuera de la besana, en las almas que no van a
responder, sobre las almas que la van a rechazar o en las que, en más o menos
tiempo, se va a perder. Pero no te importa, tu generosidad y abundancia de vida
es tanta que gratuitamente la das, aun cuando sabes que en algunas personas no
va a fructificar. No escatimas. Por ti que no quede. ¡Cuántos quintales de
buena semilla atesoras! Semilla de vida, de amor, de misericordia, de justicia,
de paz, de benevolencia, de buen ejemplo, de disponibilidad, de altruismo… Todo
para todos los hombres, sin excepción, incluso para los que no quieren
aprovechar tanta prodigalidad.
Tu desprendimiento es tal
que derramaste hasta la última gota de sangre para esparcir y fertilizar, no
solo la buena tierra, sino incluso la endurecida, el pedregal y la predispuesta
para que en ella crezcan zarzas y espinos. ¡Qué derroche el tuyo! He de
confesarte que bajo nuestro punto de vista, de tejas para abajo, eso solo lo
hace un loco. Exactamente eso eres Tú: un generoso loco de amor. Solamente el
amor puede actuar así.
Perdón, Señor, por mi dureza
de corazón, por ese pedregal en que se convierte mi vida de vez en cuando, por
dejar que las preocupaciones sofoquen esa semilla que tan generosamente has
depositado en mi alma y que apenas la convierto en un incipiente brote que, con
frecuencia, no dejo que grane.
Gracias, Señor, por ser tan
desprendido a la hora de esparcir la semilla, por no haber hecho selección
alguna a la hora de sembrar, por abrir infinitamente tu mano mientras derramas
tu vida y tu perdón.
Pedro José Martínez Caparrós
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