lunes, 21 de julio de 2014

Sembrando






Siempre que he leído  esta parábola, Señor, me he fijado y meditado acerca del tipo de tierra en la que cayó la semilla; igualmente, cuando he analizado o escuchado alguna reflexión sobre la misma, el exegeta ha incidido en los tipos de tierra.
He reflexionado sobre ello, de pronto, he tenido otra visión.  Acudió a ti tanta gente que te tuviste que subir a una barca para que todos te escucharan y en este contexto dices: “Salió el sembrador a sembrar.”
El sembrador, Tú, esparces tu semilla, tu doctrina, generosamente a todo tipo de personas, no eres elitista ni haces distinciones entre el variado auditorio, quieres que llegue al universo entero sin importarte la disposición del receptor, es más, a sabiendas, esparces la semilla fuera de la besana, en las almas que no van a responder, sobre las almas que la van a rechazar o en las que, en más o menos tiempo, se va a perder. Pero no te importa, tu generosidad y abundancia de vida es tanta que gratuitamente la das, aun cuando sabes que en algunas personas no va a fructificar. No escatimas. Por ti que no quede. ¡Cuántos quintales de buena semilla atesoras! Semilla de vida, de amor, de misericordia, de justicia, de paz, de benevolencia, de buen ejemplo, de disponibilidad, de altruismo… Todo para todos los hombres, sin excepción, incluso para los que no quieren aprovechar tanta prodigalidad.
Tu desprendimiento es tal que derramaste hasta la última gota de sangre para esparcir y fertilizar, no solo la buena tierra, sino incluso la endurecida, el pedregal y la predispuesta para que en ella crezcan zarzas y espinos. ¡Qué derroche el tuyo! He de confesarte que bajo nuestro punto de vista, de tejas para abajo, eso solo lo hace un loco. Exactamente eso eres Tú: un generoso loco de amor. Solamente el amor puede actuar así.
Perdón, Señor, por mi dureza de corazón, por ese pedregal en que se convierte mi vida de vez en cuando, por dejar que las preocupaciones sofoquen esa semilla que tan generosamente has depositado en mi alma y que apenas la convierto en un incipiente brote que, con frecuencia, no dejo que grane.

Gracias, Señor, por ser tan desprendido a la hora de esparcir la semilla, por no haber hecho selección alguna a la hora de sembrar, por abrir infinitamente tu mano mientras derramas tu vida y tu perdón.

Pedro José Martínez Caparrós

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