domingo, 16 de abril de 2017

«Llamados a vivir eternamente, en la LUZ del amor de Aquel que un día me creó»

Lo que fue «tabú» en mi juventud era hablar de sexo. Hoy, en cambio, lo que está realmente prohibido es hablar del dolor, de la enfermedad o de la muerte. Tratan de ocultar, ignorar o suplantar este misterio -tan humano como natural- con la supuesta «sociedad del bienestar». Muchos se autoengañan. Se creen más modernos, libres y felices. El paso de la vida nos ayuda a relativizar y confesar que aquellas promesas no lograron realmente saciar el anhelo de eternidad y trascendencia que todo ser humano lleva impreso en su corazón. Tratan de engañarnos, ocultándonos nuestro verdadero origen y destino: «Llamados a vivir eternamente, en la LUZ del amor de Aquel que un día me creó».
Permitidme que, con todo respeto y humildad, pero con toda claridad, os comparta mi pobre verdad que traté de evocar en el entierro de mi padre:
−¿A dónde van -preguntó Martina a su abuelo- los que se mueren?
−Al cielo
−Y ¿dónde está el cielo?
−El cielo es un «lugar» (ámbito) lejano y a la vez muy cercano. Bellísimo, de grandes y hermosas praderas, donde viven las personas transparentes.
−«¡TRANSPARENTES!»
−Sí, «transparentes»
−Mira, Martina, todo lo que existe, en un cierto momento, cambia de estado… pasa por una «puerta» a otro mundo, el mundo de la LUZ y allí vive para siempre. Allí todo vive en la LUZ del amor de AQUEL que las ha creado.
−¡Entonces…!
−Nada se pierde para siempre.
El abuelo de Martina, según refiere Susana Tamaro en su bellísimo libro: «Tobías y el ángel», tiene razón. En la vida no sólo existe lo que se ve… Hay unas «puertas» que cuando las abres, te trasladan a un mundo real aunque invisible. Te ofrecen una mirada nueva, un lenguaje nuevo, una sensibilidad nueva… Con frecuencia, las personas no las abren porque no logran verlas. Si acertaran a descubrirlas y traspasar su dintel, percibirían la vida desde abajo y desde adentro, en toda su profundidad y trascendencia. Y se sorprenderían cómo la propia vida pende de una mirada divina que todo lo ilumina.
¿Será por ello, como acabamos de proclamar en la Palabra de Dios, que los hombres y mujeres de nuestro pueblo (tantos lázaros, martas y marías), desde su humildad y sencillez, son muy sensibles para adentrarse en el MISTERIO y desentrañar los secretos de Dios y descubrir, a través de la resurrección de Lázaro, que hemos sido creados con un corazón inmortal que sólo puede ser llenado y satisfecho por Aquel que lo ha creado?
A medida que voy teniendo más años descubro y agradezco no sólo el don de la vida que Dios me regalara por mediación de mis padres sino, sobre todo, el don de la FE desde la que supieron construir su vida. A través de su humilde testimonio he podido aprender que cuando nadie te entiende o algunos te «ningunean», cuando todo se tuerce o fracasa… sólo la fidelidad al Padre, el abandono de fe, la entrega en obediencia que vivió Jesús, te ayudan a descubrir paradójicamente cómo también se puede «perder» y, sin embargo, «ganar».
Esta ha sido, sin duda, la gran lección de la que Dios se ha valido, por mediación de mi padre Rodrigo, para ayudarme a crecer por dentro, sustentando mi vida desde Dios. Estoy seguro que cualquiera de vosotros, cambiando las circunstancias concretas de vuestros seres queridos que ya están en el cielo, os sentiréis igualmente identificados y agradecidos por tan privilegiada mediación de la que Dios se vale en cada caso:
Hombre recio: huérfano de padre en su infancia (criado en casa de sus tíos), se abre camino (sale de su pueblo, Santa Eulalia de Gállego, en busca de trabajo, Ayerbe y Ejea, donde conoció a mi madre y constituyó una familia), la enfermedad de su hija Conchita a los catorce meses de nacer (poliomielitis), las cuarenta operaciones y su muerte a los 42 años, la operación de su hijo, la muerte de su esposa…
Esposo fiel: «Me volvería a casar con tu madre -me confesaba pocos meses antes de morir- aunque tuviera que pasar por las mismas tribulaciones…» Era muy frecuente, durante su convalecencia, llamarla en sueños y preguntar a unos y a otros por ella…
Padre solícito: con su hija a la que cuidó y protegió hasta su muerte. Respetuoso con la vocación sacerdotal de su hijo y su posterior vinculación a la Hermandad de Sacerdotes Operarios (la cruz en la solapa del traje cuando entré en el Seminario)…
Creyente auténtico: consciente de que la fe no le libraría de ninguna contrariedad pero sí le permitiría mirar las cosas y afrontarlas desde otras coordenadas invisibles…
Desde que Rodrigo se marchara el 29 de febrero de 2012 a la «ciudad de la luz», a las vastas y hermosas praderas donde viven eternamente los hombres y mujeres «trans­parentes», donde se reencontraría con su chica y su esposa del alma,  me ha permitido abrir los ojos con los que mirar la vida desde adentro y desde arriba, en toda su profundidad y anchura. Me ha enseñado que nada se pierde para siempre… Que me espera en el cielo cuando, el día menos pensado, cambie también yo de estado para vivir eternamente en la LUZ del amor de Aquel que un día me creó.
Con mi afecto y bendición.

Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón


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