sábado, 1 de abril de 2017

V Domingo de Cuaresma




Cristo nos resucitará por medio de su Espíritu.

La preparación cuaresmal termina con una invitación a admirar el futuro que nos ha conseguido Jesús con su muerte y resurrección: compartiremos plenamente su resurrección y con ello su felicidad.
Si el pecado introdujo la muerte en el mundo, el Dios de la misericordia y la redención copiosa (Salmo responsorial), promete su Espíritu para que tengamos de nuevo la vida, y además vida en plenitud (primera lectura); más adelante lo cumple con la muerte de Jesús, que va a dar vida a Lázaro consciente de que este acto le costará su vida (Evangelio), y finalmente  nos ayuda a hacerlo realidad con una vida bautismal en el Espíritu (segunda lectura).
Marta, como creyente judía, esperaba la resurrección de los muertos al final de la historia, pero Jesús proclama que con él, con su resurrección, ya ha llegado la resurrección. Yo soy la resurrección (que es la plenitud de) la vida,  no un simple revivir volviendo a la misma existencia terrena. Jesús resucitado personifica la resurrección, que por ello  no es simple transformación positiva del ser, que lo es, sino unión plena de amor con él, compartiendo su plenitud, en unión con todos los que también la comparten, la Iglesia celestial. Y todo ello porque previamente se encarnó, se hizo solidario con la humanidad y su representante natural ante Dios, de tal manera que su muerte es muerte de todos y su resurrección es resurrección de todos. Nuestra resurrección será  actualización de este derecho que nos ha conquistado. Así se hace realidad lo anunciado por Caifás de que conviene que muera uno por todo el pueblo.
Jesús nos dice también cómo y cuándo  actualizamos este derecho: el que cree en mí, aunque muera (físicamente), vivirá (plenamente en la resurrección, pues la muerte física sólo será un episodio transitorio), y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre.  La respuesta básica es la fe en sentido volitivo de entrega existencial a Jesús, entrega que se celebra sacramentalmente en el bautismo. En él el Espíritu nos une a Cristo para compartir su vida, ahora su muerte y después su resurrección. Si vivimos de acuerdo con el Espíritu en esta nueva situación, él nos resucitará, lo mismo que resucitó a Jesús (segunda lectura).
Este mensaje es una invitación apremiante al final de la cuaresma a valorar y agradecer nuestra situación, y a corresponder a ella. Nuestra resurrección no es un simple episodio del final, sino la consumación de una vida unida a Jesús. Realmente, según la opción que tomemos, ahora nos juzgamos y salvamos o nos condenamos. El final será ratificación de nuestra libre opción: si elegimos una vida de amor y amistad con Jesús, el final será la consumación de esta amistad, compartiendo su resurrección.
La Eucaristía es celebración sacramental de esta realidad. En ella el Espíritu nos capacita para agradecer al Padre por Jesús el don de la vida que nos ofrece y pedimos la fuerza del mismo Espíritu para hacerlo realidad en cada momento, creciendo constantemente en la amistad con Jesús  hasta llegar a la resurrección con él.
D. Antonio Rodríguez Carmona


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