¡A qué juegan, quienes, apelando al Estado, pretenden
tergiversar «laicidad» (Estado civil que prescinde de
la educación religiosa) con «aconfesionalidad» (Estado
que no tiene ninguna confesionalidad religiosa precisamente para poder
preservar la libertad educativa de todos)! España, que yo sepa, no es un país
laico sino aconfesional. El matiz puede resultar sutil pero no baladí.
¡A quiénes pretenden engañar unos u otros «a estas
alturas de la partida»! Por más que algunos intenten «embaucarnos»
(«manipularnos»), cualquier persona «sensata» e «inteligente», aunque no sea
creyente ni practicante, se percatará de las motivaciones reales que mueven a
unos y a otros. También de las consecuencias que puede tener la «educación
laica» (sin Dios) que algunos propugnan. De forma nada inocente, porque lo que
está en juego es combatir el modelo antropológico cristiano de la sociedad,
bajo un revestimiento de igualdad, modernidad, autenticidad y libertad
ficticias, intentan privar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, nada
menos, que de una de las dimensiones constitutivas que tiene todo ser humano,
la dimensión de trascendencia. Y así tratar de usurpar el anhelo de felicidad
eterna que se halla impreso en todo corazón humano.
Como dije abierta y claramente en el Pregón de Semana
Santa, no me asusta que algunos nieguen, ignoren o silencien a Dios en sus
vidas… Ha sido la tentación de todo hombre y mujer a lo largo de la historia.
Lo que realmente me conmueve es su incoherencia ya que son ahora ellos mismos
los que se postulan para tratar de suplantarle. Pero lo más «fuerte» es que
pretendan obligarnos a TODOS a «adorarles» como si realmente fueran los
verdaderos «dioses» del siglo XXI y a obedecer ciegamente sus criterios,
legales aunque no siempre justos, simplemente porque obtuvieran un puñado más
de votos, algunos de ellos «amprados».
La vida suele encargarse, tarde o temprano, en poner a
cada uno en su lugar. Hasta ahora, mi pobre experiencia, me asegura que
únicamente la transparencia, la coherencia y el servicio desinteresado a los
demás suelen abrirse camino. Los cristianos, aunque en ello nos haya ido tantas
veces la vida, hemos tratado de mostrar abierta y claramente cuál es nuestro verdadero
origen y destino: el «haber sido llamados a vivir eternamente, en la LUZ del
amor de AQUEL que un día nos creó». Y apelando al legado de nuestros mayores,
seguimos creyendo que aunque logren « matar a Dios» jamás podrán acallar su
voz… porque seguirá resonando en el interior de nuestro corazón.
Me resulta también paradójico que la mayoría de los
axiomas educativos que se esgrimen como fundamento de una «educación laica»
(sin Dios): la libertad, la tolerancia, el diálogo, el respeto, la dignidad… sean
valores todos ellos entresacados del Evangelio. Y pese a todo, cuando los
creyentes tratan de interiorizarlos en el corazón de sus hijos se les niegue el
«pan y la sal» o se les obligue a «comulgar con ruedas de molino».
La Iglesia, como buena madre, aunque cuente con no
pocas arrugas o cicatrices, merced a la «necedad» de sus propios hijos, trata
de ofrecer a todos una educación que visibilice sobre todo el AMOR que Dios nos
tiene y nos ayuda a liberar esta poderosa energía que es capaz de transformar al
mundo y a las personas. Jesucristo sigue siendo el modelo antropológico que nos
permita construir la «civilización del amor». Aunque los cristianos no siempre
hayamos sabido estar a la altura del Maestro, fue Él quien revolucionó el mundo
con su modo de ser y de proceder. El giro que propuso fue de tal envergadura
que cambió radicalmente la ley que estaba establecida en aquel tiempo: el
perdón en vez de la venganza y el amor al enemigo en vez del odio, las dos
últimas antítesis del Sermón del Monte. ¡No conozco todavía un Proyecto tan
humanizador que transforme el mundo...! Por esto he tratado de interiorizarlo
en mi vida y realmente me siento libre, fecundo y feliz.
Si necesitáis algunos testimonios que animen a
vuestros hijos a cursar religión os puedo ofrecer varios. Para abrir boca os
comparto un fragmento de la carta, tan clara como lúcida, que Jean Jaurés,
socialista francés, envió a su hijo para no eximirle de la clase de religión:
«no hace falta ser un genio, hijo mío, para comprender que sólo son verdaderamente
libres de no ser cristianos los que tienen la facultad de serlo». También un
trozo de la carta de Alejandra, Master en Psicología de la Educación,
agradeciendo a su profe de religión no sólo su crecimiento personal sino la
madurez que le proporcionó para contemplar el mundo de forma crítica. O uno de
los múltiples ecos que he recibido del Pregón de Semana Santa: «la parte que
más me ha conmovido, Ángel, ha sido la de las evidencias elocuentes, porque me
ha tocado vivirlas en carne propia. Durante unos 15 años me dediqué a la
Ciencia y también me llevó a la conclusión de que el mundo es mucho más
complejo de lo que podamos nosotros explicar y que el misterio de la existencia
sólo puede conocerse y entenderse mediante lo sobrenatural (trascendencia)».
Desde el conocimiento e interiorización de estos valores es desde donde
tratamos de educar a vuestros hijos en la escuela. De los padres, como
responsables últimos de la educación de vuestros hijos, dependerá que os
atreváis a EXIGIR a quienes han sido elegidos a VUESTRO SERVICIO, a través de
las diferentes instituciones, que lo hagan con altura de miras y desde el
máximo respeto y libertad de cada persona.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo Barbastro-Monzón
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