El Espíritu nos resucitará por medio del amor
Estos domingos nos
ha recordado la palabra de Dios que Cristo ha muerto y resucitado por todos, en
concreto el domingo pasado Jesús nos decía que iba a prepararnos un lugar
junto a Dios y que volvería de nuevo
para ayudarnos a ir a tomar posesión de él. Para ello tenemos que recorrer un
camino, que es él mismo, actualizando su vida en la nuestra por medio del amor
y así participaremos de su
resurrección. La liturgia de este domingo
vuelve a este último punto: el Espíritu
Santo nos capacita para actualizar en nuestra vida el camino de amor de Jesús
que conduce a nuestra resurrección.
Si Dios es amor, el
camino que conduce a él es el amor gratuito y total. La humanidad era incapaz
de recorrerlo, y el Padre envió a su
Hijo, que se hizo hombre para recorrerlo en nombre de todos nosotros. Su amor fue total, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el máximo (Jn 13,1) y no
se quedó en sentimentalismos sino que se tradujo en dar su vida, pues nadie tiene amor mayor que este de dar
la vida por sus amigos (Jn 15,13). Este amor le llevó al Padre, que
le escuchó por su amor serio (Hebr
5,7); Por eso me ama el Padre, porque yo
doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí
mismo. Este es el mandato que he recibido del Padre (Jn 10,17-18).
El Espíritu Santo,
autor de su humanidad (Lc 1,35), fue el que lo condujo en su ministerio (Lc
3,22; 4,14; 10,17...) e hizo que
ofreciera su existencia al Padre
como sacrificio inmaculado (Hebr 9,14); finalmente fue el que resucitó su
humanidad culminando así su tarea. El Espíritu Santo es el poder y amor de Dios
en persona; su “especialidad” es dar
vida, divinizar por medio del amor. Si Dios es amor, el medio adecuado para
acercarse a él y divinizar es el amor. Jesús secundó plenamente su acción y el
Espíritu glorificó su humanidad: murió
porque se hizo carne mortal, destinada a la muerte, pero resucitó porque poseía
el Espíritu (2ª lectura).
Cada persona está invitada a recorrer este
camino de amor con la ayuda del Espíritu Santo para participar así la
resurrección de Jesús. De aquí la importancia del Espíritu Santo y del amor en
la vida cristiana.
El Espíritu Santo es el gran don de Cristo resucitado
a la humanidad. El hombre es carne y
necesita el poder del Espíritu para entrar en el mundo de Dios: quien no naciere del agua y del Espíritu no
puede entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne es carne, pero
lo que nace del Espíritu es espíritu (Jn 3,5-6) y puede participar del
mundo de Dios. Para ello nos capacita para creer, en el bautismo nos une a
Cristo muerto y resucitado y nos acompaña en toda la existencia para que la vivamos en el amor,
el medio que diviniza. Si el hombre lo secunda hasta el final, lo resucitará: Y si el Espíritu de aquel que resucitó a
Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesús de entre
los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su
Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11)
El amor es central en la vida humana y cristiana.
Hoy día es un concepto un tanto degradado por el uso que se hace de él. Aquí
nos referimos al amor de Dios, manifestado en Cristo, que podemos participar y
en el que debemos crecer, porque al final “seremos examinados de amor”. Su
esencia es darse buscando el bien y la felicidad del otro. Tiene dos facetas
básicas legítimas, interesado y desinteresado. El primero ama buscando el
propio interés y el del otro, el segundo, ama buscando sólo el bien del otro.
Ambos tienen que ir unidos y en la vida cristiana tiene que ir predominando el
gratuito. Y esto en la vida familiar, laboral, social, ciudadana... De esta
forma la existencia humana se convierte en un sacrificio vivo, agradable a
Dios, como lo fue la de Jesús. Desde este punto de vista el cristianismo no es
una “religión de templos y ritos” sino una religión secular cuyo templo son los
cristianos (Ef 2,19-21; 1 Pe 2,8-9), y cuyo sacrificio es la vida secular de
cada día (Rom 12,1-2).
Entonces ¿para qué
la Eucaristía? Para hacer posible este sacrificio existencial. En ella damos gracias
al Padre por su amor y por medio de Cristo, cuyo sacrificio existencial se hace
presente, le ofrecemos por amor la vida de cada día y pedimos la ayuda de su
Espíritu para seguir caminando hasta llegar a la resurrección. Eucaristía y
vida secular son inseparables.
Rvdo don Antonio Rodríguez Carmona
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