sábado, 27 de mayo de 2017

VII Domingo de Pascua La Ascensión del Señor.


Testigos de Cristo resucitado

        La glorificación de Jesús es un aspecto inseparable de su resurrección. Puesto que el vocabulario básico empleado por los primeros testigos de la resurrección era ambiguo –resucitar, revivir-, pues “resucitar” podía referirse a volver a la misma vida terrena que tenía antes o a una vida superior, divina, desde el primer momento emplearon también para romper esta ambigüedad un vocabulario de exaltación divina: fue glorificado, está sentado a la derecha de Dios. Afirman así que Jesús de Nazaret, el crucificado, ha sido glorificado y con su glorificación ha conseguido la salvación para toda la humanidad (segunda lectura). Por otra parte, los primeros testigos recuerdan que hubo un período de apariciones, durante el cual el Glorificado confirmó a un grupo como testigos cualificados de su resurrección, y que este período terminó con una aparición final en la que Jesús los envió al mundo como testigos (Evangelio). Lucas explicita esta última aparición (primera lectura), que celebra hoy la Iglesia y a él debemos acudir para ver con qué sentido y finalidad lo hace.

        Jesús ha sido glorificado y con ello todos los hombres tienen la posibilidad del perdón de sus pecados, de ser hijos de Dios, de tomar posesión de la “morada” que nos ha conseguido, de compartir su resurrección, y  de recibir el Espíritu que les ayude para ello. Pero es necesario que cada uno se entere y lo acepte, ratificando el camino de Jesús por la fe, el bautismo y una vida de amor y servicio. Este conocimiento y aceptación debe tener lugar a lo largo de la historia. El problema de fondo no es si habrá o no habrá cosecha, pues ya se ha conseguido con la glorificación de Jesús, sino el de la respuesta humana y el reparto de la cosecha que Dios quiere que llegue a todos.

        Para hacer efectivo este plan, Jesús ha creado un grupo de testigos cualificados. Lo hizo durante “cuarenta días” (en la mentalidad judía antigua la duración de un curso completo) con apariciones especiales. La Iglesia es consciente de que su fe se apoya en la gracia del Espíritu y en el testimonio apostólico de los testigos cualificados  creados y enviados por Jesús.

        En la aparición final (primera lectura) Jesús envía a estos testigos que deben dar testimonio con la ayuda del Espíritu; un ángel explica que ésta será su tarea hasta la venida de Jesús en su parusía. Con esto se nos enseña que el intervalo entre la ascensión y la parusía es el tiempo de la Iglesia y que éste básicamente es tiempo de testimonio de la resurrección de Jesús, que se manifestará de nuevo en su parusía a toda la humanidad para hacer plenamente efectiva toda su obra salvadora. Por su parte, Mateo (Evangelio) explicita el mandato misionero: su origen es la plenitud de poder salvador ya conseguida por Jesús (se me ha dado todo poder…), su finalidad es crear un discipulado especial. Si discípulo es aprender y asumir el tipo de vida de un maestro, aquí se trata de compartir la vida trinitaria y vivir de acuerdo con ella para lo que cuentan con las enseñanzas de Jesús (bautizar  es sumergir; en este caso sumergiéndose en la vida trinitaria: el Espíritu une a Jesús y Jesús lleva al Padre). Para esta tarea el Glorificado estará dinámicamente presente en su Iglesia.

        Celebrar la Ascensión de Jesús es renovar la vocación al testimonio, tarea básica de todo cristiano. Testimonio es tarea de testigos, es decir, de personas que han “visto y oído”. Es un don y una tarea que hemos de cultivar. Se trata de un testimonio que hay quedar con optimismo, conscientes de que la cosecha es segura y de que contamos con la ayuda del Espíritu. En la Iglesia habrá  fracasos y derrotas  parciales, pero la última palabra la tiene Cristo. Igualmente hay que dar testimonio con fidelidad a los testigos apostólicos creados por Jesús, que junto con el Espíritu, son los garantes del camino que debemos recorrer. Viviendo en comunión estos, “vemos, oímos y tocamos” como ellos (1 Jn 1,1-4). Finalmente hay que ser conscientes de que nuestra tarea tiene que ser responsable, pues de ella hay que responder a Jesús en su la parusía.

        La Eucaristía se celebra en el tiempo del testimonio,  recordando la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, mientras esperamos su venida gloriosa. En ella el Glorificado nos invita a verle y oírle para ser sus testigos veraces.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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