Desde que Tú
te fuiste
no hemos
pescado nada.
Llevamos
veinte siglos
echando
inútilmente
las redes de
la vida,
y entre sus
mallas
sólo
pescamos el vacío.
Vamos
quemando horas
y el alma
sigue seca.
Nos hemos
vuelto estériles
lo mismo que
una tierra
cubierta de
cemento.
¿Estaremos
ya muertos?
¿Desde hace
cuántos años no nos hemos reído?
¿Quién
recuerda la última vez que amamos?
Y una tarde
Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red
a tu derecha,
atrévete de
nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del
viejo cofre
las nuevas
ilusiones,
dale cuerda
al corazón,
levántate y
camina».
Y lo hacemos
sólo por darte gusto.
Y, de
repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita
el gozo
y es tanto
el peso de amor
que
recogemos
que la red
se nos rompe cargada
de ciento
cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú,
fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre
el agua
de nuestra
indiferencia,
devuélvenos,
Señor, a tu alegría
José Luis
Martín Descalzo
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