Cristo resucitado nos ha preparado una morada junto al Padre
El domingo pasado la liturgia nos aproximaba al misterio de
la resurrección de Jesús con la comparación del Buen Pastor, este domingo lo
hace con el tema preparar una morada, con el que Jesús explica lo que
significa morir y resucitar por todos.
En nuestra cultura es importante tener una morada donde poder
habitar con seguridad en la ciudad e incluso una segunda morada que nos permita
descansar en la playa o en la montaña. ¿Dónde y cómo tener la morada de la
seguridad y de la felicidad? Sólo Dios la ofrece.
Dios padre es el Dios del amor y de la vida. El anhelo de
todas las religiones y la finalidad de todos los sacrificios es llegar a él
para compartir su amor, perfección y alegría. La etimología de sacrificium es
lo que hace sagrado porque acerca a Dios. De mil maneras lo ha intentado
inútilmente la humanidad. ¿Cómo llegar realmente a Dios? Si Dios es amor puro,
el único camino que realmente acerca a él es el amor puro. ¿Y quién es capaz de
amar así, después del pecado original? Dios padre, porque es amor puro, ofreció
la solución: envió a su Hijo, por el que había creado todas las cosas, para que
se hiciera hombre, y a sus ojos un hombre especial, pues representaba a toda la
humanidad. Su tarea era recorrer el camino del amor puro en nombre propio y de
toda la humanidad. La carta a los Hebreos lo resume cuando presenta la vida de
de Jesús como un Getsemaní: “El cual,
habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso
clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su amor serio, y aun siendo
Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en
causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (5,7-9). Jesús vivió
lo que significa una existencia mortal y pidió la plenitud de la vida, fue
escuchado y la consiguió en la resurrección por su vida consagrada a hacer la
voluntad del Padre por amor, consguiéndola para
él y para todos los que representaba.
Cuando el Padre acepta la ofrenda de Jesús resucitándolo, lo acepta a él y a todos los que representa,
pues la encarnación es irreversible.
Desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, nunca abandonó su
condición humana; la muerte no la destruyó sino que la glorificó. Desde
entonces todos los hombres tienen la posibilidad real de llegar a Dios, siempre
que ratifiquen en su vida el camino de amor recoprrido por Jesús: “Pues no
recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos
adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu
para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de
Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados”
(Rom 8,15-17).
Jesús, muriendo y resucitando, nos ha preparado una morada,
que está en su corazón resucitado. En su muerte cesa momentáneamente su
presencia material junto a sus discípulos, pero en su resurrección vuelve a
ellos y los capacita por medio de su Espíritu para que recorran el camino que
lleva a su morada junto al Padre. Él mismo es el camino, pues se trata de
que cada uno recorra personalmente el camino de amor que él recorrió. Y añade: la
verdad y la vida. El sentido del
conjunto es: Yo soy el camino (porque yo soy) la
verdad (o revelación auténtica de Dios) y la vida (puesto que vive
en el Padre y el Padre en él). Por ello Jesús no
es un simple maestro de sabiduría y moral, es la presencia humanizada del Dios
de la vida y el amor que sale a nuestro encuentro y nos lleva de la mano a Dios
padre.
Para los cristianos la única imagen válida de Dios es la
revelada por Jesús: Dios es el padre de nuestro señor Jesucristo. Igualmente la
moral cristiana no es un capricho impuesto por Dios sino el camino real que nos
lleva a él, y como este camino es el del amor y éste se realiza en la vida
secular de cada persona en su familia, trabajo y compromisos sociales, el camino
que nos lleva a Dios no nos aliena de este mundo sino que nos compromete
seriamente con él.
La Eucaristía es fundamental en la vida cristiana. Jesús la
instituyó como resumen y memorial de todo lo que él hizo para llegar al
Padre. En ella damos gracias al Padre por su obra y se hace presente el
sacrificio de Jesús, para que nos unamos a él y recibir fuerzas para
actualizarlo en nuestra vida y de esta forma ir tomando posesión de nuestra morada.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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