la esperanza cristiana.
La
Historia de la salvación es una historia de esperanza. Después del pecado de
Adán, Dios hace la primera promesa de una victoria sobre el mundo del mal (Gén
3,14-15). Más adelante se la concreta a Abraham prometiéndole una bendición
especial a sus descendientes (Gén 12,1-3) y siglos más tarde le especifica a
David que todo esto vendrá a través de un enviado, ungido especial que enviará,
el Mesías (2 Sam 7). Todo el AT es espera de la llegada del Mesías con poder y
gloria que trae la salvación. Vino y empezó a cumplirse la promesa, pero no
vino en gloria sino en la pobreza y debilidad. Su venida tuvo carácter de
siembra de una cosecha, que ya está creciendo, pero todavía no ha llegado a su
plenitud. Esta llegará con la segunda venida de Jesús, que será en gloria para
recoger la cosecha. Entonces se cumplirán plenamente todas las esperanzas.
El
cristiano vive su participación en la Historia de la salvación inmersa en estas
esperas. La vida cristiana es esperar. El tiempo de Adviento invita a tomar
conciencia de estas tres venidas, agradeciendo la primera y preparándose para
la tercera viviendo con seriedad la segunda, el tiempo presente en que la
semilla del reino está sembrada en nuestro corazón y tenemos que corresponder
cooperando para que Jesús esté cada vez más presente en nuestra vida. El
cristiano espera el futuro de la salvación acogiendo a Jesús en el presente,
configurándose cada día más con Cristo.
Las
lecturas de hoy evocan estas venidas. La primera lectura recuerda la promesa
hecha a David de un rey mesías, promesa que empezó a cumplirse con la primera
venida de Jesús en Belén. El Evangelio nos habla de la venida final en que
Jesús vendrá con gloria para recoger la cosecha, concediéndonos la salvación
plena, que implica liberación de todo tipo de males físicos y morales, viviendo
plenamente felices en comunión con Dios uno y trino y con todos los santos.
Esta meta nos exige vivir en vela sin dejarnos adormecer por el egoísmo ni por
ningún tipo de vicios. La segunda nos asegura la ayuda de Jesús resucitado en
el presente para ir configurándonos con él preparándonos así para el final. El
salmo responsorial pone en nuestros
labios una petición de ayuda.
El
ser humano es un ser hecho para esperar. De pequeño esperamos ser mayores,
esperamos terminar los estudios, esperamos tener un trabajo, esperamos tener
una familia, esperamos educar y colocar a los hijos, en la vejez esperamos la
muerte. ¿Y después de la muerte? Aquí termina la esperanza humana y aquí
empieza la cristiana, que nos dice que después esperamos la resurrección y el
gozo eterno con Cristo. Para ello es necesario vivir todo el proceso anterior
unidos a Jesús, que prometió «Yo soy la resurrección y la vida: el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25-26).
Toda
esperanza necesita un apoyo. Nuestro apoyo es la palabra de Dios, palabra
eficaz que promete, garantiza y realiza el futuro. Y esta palabra se nos ha
dado de forma concreta en Jesús, la Palabra hecha carne, garantía de las
promesas de Dios amor. Los cristianos por el bautismo estamos unidos a Cristo
resucitado y él nunca nos dejará hasta llevarnos con él en su parusía. Así lo
ha prometido: «Esta es la voluntad del que
me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el
último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree
en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,39-40).
¿Cuál es el sentido
de la vida? ¿Para qué nacemos? Un niño pequeño, en la edad de los porqués,
después de la primera experiencia de un muerto en la familia, preguntaba: “Mamá, si tenemos que morir,
¿para qué nacemos?” Es la pregunta que ha preocupado de siempre a la humanidad
con múltiples respuestas. La fe cristiana nos dice que en el plan de Dios hemos
venido a la existencia para gozar de su felicidad eternamente. Los cristianos
tenemos una vida con sentido y con una esperanza, que se debe traducir en paciencia
para soportar todas las pruebas de la vida cristiana y los trabajos por un
mundo mejor, como Dios quiere.
Celebrar la Eucaristía es celebrar la esperanza porque es
presencia del que vino, murió y resucitó y garantía de su venida futura. Y para que podamos vivir unidos y creciendo en él nos
ha dejado la Eucaristía como alimento: «El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54).
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
No hay comentarios:
Publicar un comentario