En unos días celebraremos la fiesta de Navidad. Me
gustaría, por medio de estas líneas, invitaros a preparar de una manera inusual
la llegada del Señor. Se trata de una sugerencia provocadora. Perdonad mi
osadía. Durante las cuatro semanas que dura el adviento, es decir, el tiempo
necesario para gestar y alumbrar al Dios que cada uno lleva en su corazón, es
preciso vaciarlo de todo lo superfluo y ofrecerte tú mismo como regalo.
En concreto, una hermosa manera podría ser regalando
«minutos de esperanza» a los que nuestra sociedad olvida, margina o se
avergüenza. En Aragón, por circunscribirnos a nuestra autonomía, se hallan
internos en la cárcel de Zuera, Daroca y Teruel unas dos mil personas. Más allá
de sus yerros y de la obligación de resarcir a sus víctimas, podrías ayudarles
a recobrar la esperanza, a descubrir que no todo está perdido… y vivir así unas
navidades con sentido, es decir, donde Dios nazca de verdad en tu corazón.
Este es el sueño que por tercer año consecutivo se ha
propuesto un puñado de aragoneses intrépidos, capitaneados por la Delegada de
Pastoral Penitenciaria de la Provincia Eclesiástica de Aragón, enfermera
jubilada, Dª Isabel Escartín, junto con los capellanes y una patrulla ingente
de voluntarios con alma y rasmia… que anhelan que ningún recluso que lo
necesite se pueda quedar sin felicitar este año la Navidad a sus seres más
queridos.
Después del eco mediático que ha tenido esta campaña
navideña en años anteriores nuestro objetivo es conseguir 2.000 tarjetas
telefónicas, con 5€ de saldo, y repartirlas en los tres centros penitenciarios
aragoneses el día de Navidad. Con este gesto pretendemos hacerles entender que
no todo está perdido, predisponerlos a pedir perdón a las víctimas y a
restituir los posibles daños ocasionados. Creemos que a través de este detalle
se logra ayudar a cientos de reclusos a que recobren su sensibilidad humana y
que vean de verdad que Dios y la Iglesia nunca les olvidan y siempre tienen su
mano tendida para restablecer su dignidad como hijos de Dios.
No hay nada tan gratificante como regalar esperanza.
Estas tarjetas telefónicas son muy codiciadas por los internos, ya que, como
explica uno de los beneficiarios de la campaña de 2017, “sin tarjeta no hay
llamadas a la familia, ni al abogado, ni a quien te pueda solventar algún
problema en un momento determinado… Es tu conexión con el mundo. Parece
mentira, pero después de la libertad, tal vez sea el mejor regalo que podemos
hacer a un preso”.
Al desaparecer las cabinas telefónicas de nuestro
mobiliario urbano y resultar casi imposible conseguir físicamente la tarjeta en
los estancos, nos hemos decidido este año a modernizarnos también nosotros y
canalizar vuestra ayuda a través del ingreso o la transferencia bancaria a la
cuenta «Ríos de libertad» que pastoral penitenciaria nos ofrece. El número de
dicha cuenta es: 2085-0138-38-0330342277. Se trata de un gesto verdaderamente
transformador. Parece mentira cómo una aportación tan insignificante pueda
tener un efecto tan multiplicador. Una vez más comprobamos cómo las matemáticas
divinas funcionan mejor que las humanas donde muchos pocos hacen más que pocos
muchos. Nuestro deseo sería poder repetir el mismo récord del año pasado:
entregar a cada uno (2000 reclusos) su tarjeta telefónica, con un saldo de 5€
el día de Navidad. En mi caso, en la de Zuera, a las 11 de la mañana. Si alguno
os animaseis a acompañarme, con mucho gusto tramitaría vuestro permiso para
poder acceder y celebrar con ellos la Navidad.
Desde que me confiaron la coordinación de la pastoral
penitenciaria en Aragón, os confieso que he descubierto otra mirada en sus
ojos. Ellos también son mis hermanos. Tienen alma y sentimientos, aunque hayan
podido errar. Errores de los que Dios nos libre. Concluyo con el testimonio que
uno de los reclusos de Zuera le compartió al propio capellán:
«Me había encontrado una tarjeta de teléfono nueva, a
la salida del módulo. Pensé preguntar: “¿Quién ha perdido una tarjeta?”. Luego
me di cuenta que era como preguntar en el mercado central quién había perdido
un billete de 50 euros. Cien manos se hubieran levantado diciendo que era suyo.
Era un día de suerte. Ya disponía de saldo para tres o
cuatro llamadas.
Cuando entramos a comer, un compañero se sentó no muy
lejos de donde estaba yo. Mostraba cara de preocupación y tristeza.
– ¿Te pasa algo?
– Que he perdido la tarjeta que compré esta mañana… Y
estaba sin estrenar.
– Toma. Seguro que es ésta.
– ¡No jodas!, dijo con una enorme cara de sorpresa.
– Me la he encontrado a la salida del módulo.
– ¡Justo! Cuando me han sacado para ir al abogado.
Gracias, tío.
Al terminar de comer, me dio las gracias nuevamente.
Dijo:
– Ni en el mejor de mis sueños podría imaginar que esa
tarjeta volviera a mis manos.
Vi que le chispeaban los ojos con un brillo de
agradecimiento; pero es que yo, aunque me había quedado sin tarjeta, no
recordaba haberme sentido tan bien en mucho tiempo».
Con mi afecto y mi bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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